Tinta en la piel, por Juan Bautista Durán

El tatuaje en España está cada vez más a la orden del día, alejado ya de los entornos conflictivos. Este estigma envolvía todo rastro de tinta en el cuerpo desde que los tatuajes dejaron de ser una marca propia de los marineros, quienes se fijaban en la piel los puertos alcanzados y el amor de cuantas dejaban en tierra. El clásico amor de madre, presente en todo momento por brumoso que sea el horizonte. O el amor a secas, fruto del deseo. Los pechos redondos y turgentes de una mujer están detrás de toda ancla de Popeye y son al mismo tiempo el reclamo de una estética que gana adeptos día a día.

La fotógrafa Mai Oltra (Alcoi, 1987) quiso mostrar este paso adelante en el mundo del tatuaje con su trabajo Written In Ink, es decir, «escrito con tinta», expuesto hasta el próximo 15 de octubre en el Pati Llimona de Barcelona. El tatuaje toma la calle en este proyecto a través de una treintena de personas que posaron para Oltra. El pie de cada foto trae el nombre de pila del modelo junto con su oficio, pues éste fue el motivo original de Oltra. ¿A qué se dedica la gente que anda muy tatuada? La pregunta la llevó a reunirse con personas de todo tipo, desde los propios tatuadores a escritores, médicos, periodistas, cocineros, fotógrafos, diseñadores, deportistas o bailarines, gente joven y de profesiones liberales, por lo general, que se reconoce parte de una estética.

En la inauguración se palpaba esta diversidad. Los distintos corrillos que se formaron daban lugar a conversaciones que prometían tatuajes de lo más dispares. Lo mismo dialogaba una mariposa con un aserto aristotélico que un tigre amenazaba con llevarse un rosal. Todo dependía del ángulo desde el que se participara en la conversación. ¿Lamentáis haberos hecho alguno de los tatuajes? ¿Qué os animó? Nadie dijo arrepentirse de ello —«para nada, no, en absoluto»—, ni siquiera de uno en particular, y en cambio las motivaciones que les llevaron a hacerse el primero fueron más variadas: la vinculación emocional a un momento o espacio, la amistad, un giro en la vida, un cambio de actitud, una apuesta personal, la estética propia que representa la tinta en la piel; propósitos distintos que se reproducen en flores, animales, rostros más o menos conocidos, lemas, iniciales, dragones o barquitos, esto es, de vuelta a la soledad del marinero.

¿Fantaseaban los antiguos conquistadores de las Indias con los parajes y las mujeres que dejaban atrás, en las Américas o en la Polinesia, marcadas con tinta en su piel? Ambas regiones parecen ser las primeras donde esta cultura se extendió, ya fuera como ornamentación o bien como rito social. Para ello solían emplear pigmentos creados con flores y grasas, tanto vegetales como animales, inyectados en la piel mediante un peine con dientes de hueso, instrumento primigenio de la actual aguja cargada con tinta, capaz de entrar en la piel —a un milímetro de profundidad, para ser exactos— entre cincuenta y tres mil veces en un minuto.

Después del primer tatuaje, comentaba uno en la inauguración, le pierdes el respeto y puede convertirse en una especie de adicción. Pero es caro, se quejaba otro; si lo quieres bien hecho, es caro. A mí, dijo un tercero, no me motivó nada en particular; lo tenía muy claro desde niño, me fascinaba la posibilidad de llevar inscrito cualquier dibujo o palabra en la piel, y si tuviera que decirte algo, una imagen que me marcara, ésta es Popeye. ¿Y el ancla? Está más adentro, no se deja ver, insinuó; del mismo modo que en el trabajo de Oltra tampoco se dejan ver los tatuajes enteros, sólo la parte más visible, en brazos y piernas, manos, hombros o tobillos.

Las fotos son en blanco y negro, en un plano americano, sin demasiados cambios artísticos entre una y otra, cediendo el protagonismo a la persona fotografiada y a su manera de exponer los tatuajes. Se ubican todas en las calles del casco antiguo de Barcelona, un detalle también importante dado su propósito de normalidad, de mostrar el tatuaje como una práctica socialmente cada vez más extendida y aceptada. Prueba de ello lo son también los deportistas. Los jugadores de baloncesto fueron quizá los más habituales, tanto los americanos como los europeos, en especial los procedentes de la antigua Yugoslavia; pero hoy día no es tarea fácil distinguir en qué deporte abundan más. Basta con ver los brazos de Messi, la espalda de Alonso, el torso de Beckham o el del nadador francés Bousquet. Su fuerza mediática, además, contribuye a que le gente se familiarice con esta estética y a que cada vez más personas se animen a tintarse en la piel un sueño de marinero. Sea cual sea su oficio, claro está.

 

Fotografía: Albert Torras