Amor fou de Marta Sanz, una lectura de Javier Divisa

Nueva Versión – Prólogo de Isaac Rosa

La adicción que produce Amor Fou lejos de los aspectos intrigantes y enigmáticos de la novela, se debe al compromiso adquirido por Marta Sanz para mostrar los vestigios antropológicos de la neurosis colectiva de nuestra sociedad contemporánea, con todo tipo de placeres fetichistas, sórdidos, violentos, fraudulentos, emocionales y literarios, si bien adentrándose en determinados terrenos morales y anticipando la estafa. Todo era e iba a ser una puta mierda. Eso por un lado. Nada de justicia universal y pan para todos. Y ahí está Amor Fou para contarlo, que las refracciones siempre son ilusorias y que todo es una basura en un sistema impune para la gran burocracia, con absoluta escepticismo y desconfianza por todos, la policía y la juventud subversiva.

Cuando Adrián llega para hacerse cargo de los detenidos durante el desalojo, no puedo mostrarle más que la magulladura del brazo, el relato de mi desnudez y un rumor que ha llegado a mis oídos: alguien introdujo en el culo de Chavi el cañón de una pistola descargada y jugó a la ruleta rusa. No sé si es verdad o es mentira. Tal vez sea un rumor difundido por los mismos que, contemplando mi cuerpo desnudo, han dicho que soy un engendro. Es un rumor que, a medida que las horas pasan, me hace mucho daño.

Eso de telón de fondo, luego está el amor virulento, la angustia, la maldad, la pasión atormentada de Raymond que entiende el amor desde la propiedad, su repulsivo feudo, su paranoica exacerbación por Lala, pero Lala no es más que la antigua amiga en una pareja de progresiva morbosidad.

Tal vez, lo que yo pretendo hacer con Lala es un secuestro. Lo cierto es que metería sus miembros descuartizados en una bolsa de plástico para que Elisa más tarde cocinara patas de Lala asada, paletillas de Lala con tomillo, Lalas fritas y dulces de Lala.

Raymond va escribiendo su cuaderno, reconstruyendo la historia (y las hipótesis) porque se trata, en efecto, de preservar el pasado y vislumbrar cierto futuro inédito, de impedir su declive absoluto mediante la plasmación de las palabras, a veces en términos de terror psicológico, a veces en términos de auténtica repugnancia, y con Raymond (realmente Ramón, da incluso penita) dándose (dando) mucha importancia; nosotros podemos a llegar a comprender su dolor, y su angustia, pero es su puto calvario; así determinados libros confesionales pueden crispar hasta el punto de pensar en la relevancia, la consideración que se da un personaje fundamental (el más tarado de todos, habitualmente) con sus reverencias, sus mierdas, sus autopsias psicológicas, su autodestrucción, sus celos, sus medicamentos, sus manualidades, su fingida homosexualidad. El salvoconducto, el gran aval es que la médula, la inherencia de esta novela es literatura.

Y con estas credenciales, Raymond atrae toda clase de reticencias y antipatías (en su continuo hostigamiento provoca cartas anónimas y envenenamientos de bombones de frutos secos), casi siempre perfectamente fundamentadas, por el tono diabólico, ácido, desapacible que es el desencadenante del gran resentimiento, de la pérdida del amor, una vez ella ha decidido que jamás se acomodará a sus criterios, a sus manías y que existe la naturaleza humana y su gente que viene mal de fábrica y disfruta de igual manera de la malicia y el amor porque ambos se han complementado en el enmarañado camino, y uno acaba preguntándose en la novela de Marta Sanz si los circuitos cerebrales, los mecanismos neuronales de Raymond venían ya tarados en los preliminares del desamor, como si en el propio cuaderno se establecieran los preceptos del comportamiento asocial y amoral, evidenciando (los lectores) en todo el desarrollo de la novela la posibilidad de que en algún momento vayamos a llegar al crimen. Porque hay rencor, animosidad de lo que ocurre en la otra vivienda, la que Raymond puede observar con los prismáticos, que representa la ordinariez, la mediocridad de la vida tranquila, del amor tranquilo, de la carencia de nuevas expectativas, de matar la vida canalla y mucho más sicalíptica, que es la vida que se acaba tolerando y la aquiescencia de una amor sin peligros, sin aspiraciones.

Y para más inri, Adrián y la adversidad que no es más que una carta del destino y la negación de la armonía, y la historia de Elisa y Esther, con sus vidas convencionalmente demenciales y peligrosas (siempre en el equipo de Raymond), buscando la vendetta, reclamando cuentas del pasado; de esta manera en Amor Fou ni se exonera, ni se indulta, por un lado porque no es una novela de delitos fiscales, y por otro, porque es lo que tiene el realismo dramático que viene con las facturas del pasado.

Cuando alguien la siente sin culpas ni restregones del pasado que laceren la piel y nublen la conciencia por las noches; cuando uno experimenta la felicidad en gestos cotidianos como poner la televisión a cierta hora y ver una serie de forenses, o saber que el sábado por la mañana se tomará el aperitivo, entonces la felicidad desaparece, borrada por el miedo a perderla, por la inminencia de las enfermedades y las catástrofes.