Las chicas de Emma Cline, una lectura de Javier Divisa

La pubertad, esa nubilidad incandescente, puede representar una literatura perezosa, incluso previsible (sabemos que los adolescentes detestan a los padres y se pirran por la ecología, el suicidio, el sexo, las drogas, la música psicodélica y el medio ambiente). Incluso podríamos decir que Las chicas (Editorial Anagrama) es un libro pronosticable, con muchas probabilidades de descifrar los avances de las páginas, pero al mismo tiempo es una novela con la suficiente seducción y arrebato para resultar conmovedora y delicada en estructura narrativa (la prosa es muy parecida a su autora, por tanto es una narrativa rubia con los ojos azules, está muy buena y no se anda con extrañas ensoñaciones; las precisas).

Las madres buscaron con la mirada a sus hijos, llevadas por algún sentimiento que no sabrían identificar. Las mujeres cogieron a sus novios de la mano. El sol despuntaba entre los árboles, como siempre –los sauces soñolientos, las rachas de viento cálido soplando sobre las mantas de picnic-, pero la familiaridad del día quedó perturbada por el camino que trazaban las chicas a través del mundo corriente. Gráciles y despreocupadas, como tiburones cortando el agua.

Evie Boyd no logra ver en mamá a ningún tipo de heroína. Evie considera (aunque nunca llega a creérselo del todo) que los auténticos adalides de la libertad del 69 son los garantes de vida en comuna, los psicodélicos, los hippies, los grandes folladores, el poliamor y la vida exprimida en aras de libertinaje, impudicia y liviandad: cuando logras convencer a los demás de tu deidad. Las chicas es una novela de sectas, familia, sexo, alcohol, drogas, con materia de adolescencia y pirados, aunque la estructura narrativa es mucho más impoluta y elegante de lo que pueda solicitar un lector de catorce o quince años, principalmente porque Emma Cline es una de esas chicas jóvenes con talento, que escriben de manera cuarentona, experimentada y adulta sobre la crónica de la tragedia sado-hippy. La inspiración (el arrebato) de esta novela, son el desierto de California, <<La Familia Manson>>, las sectas y la evolución emocional desde un punto de vista consanguíneo, sexual  y comunitario.

Los relatos de los supervivientes de desastres no empiezan nunca con una alerta de tornado o con el capitán anunciando un fallo en el motor, sino siempre mucho antes: con la insistencia en que percibieron una extraña cualidad en la luz de aquella mañana, o un exceso de electricidad estática en las sábanas. Una discusión sin sentido con un novio. Como si el presentimiento de la catástrofe se entretejiera con todo lo que había venido antes.

Por tanto Las chicas va de evolución, exacerbación, niñas bonitas, psicopatía y neurosis, siendo tan patente la felicidad, la hilaridad y las alucinaciones en las sectas como la atrocidad cuando ha lugar. Un dietario de la adolescencia al despliegue de la mujer, sus miedos, sus inquietudes, el descubrimiento, las expediciones a otros universos. Y por supuesto, una mujer puede escribir sobre su cuerpo, mucho mejor que Henry Miller. De otra manera, el gran novelista no ha de simbolizar con su prosa el sentir de todo un país, sino el gran núcleo de su personalidad, la tensión espiritual, la incertidumbre emocional. Sin dar grima, pese a la adolescencia. Estamos muy agradecidos, Emma Cline. La triple jugada: belleza – narrativa de vendetta y emociones – ecuánime número de páginas. Como trasfondo, el amor universal, New Age, hippies ego-lunáticos que nacen de su propia frustración personal y el consecuente cliché tóxico: el mal; por tanto aguardemos la pirotecnia. Su testimonio (revelación de no reinventarse absolutamente en juguete roto) constituye una radiante celebración de la vida, incluso de la vehemencia del aprendizaje, de la prevención frente a episodios delirantes que acaban en sangre, lápida de mármol o cárcel.

Todo volvió a mí. Mi corazón sincopó, impotente, por el azote metálico del miedo. ¿Pero qué iba a hacer Suzanne?

 

Fotografía: VERYHAIR