Grandes éxitos de Antonio Orejudo, por Javier Divisa

Todas mis novelas están escritas contra algo: contra la tradición, contra mis hermanos mayores, contra la generación de los cuarenta, contra la trascendencia literaria, contra las ideologías, contra la universidad y finalmente contra mí mismo.

Hablaba Orejudo en una entrevista acerca de qué motivaciones podrían trascender en el fomento de la lectura, y de manera cáustica se refería a su prohibición, algo que sonaba a boutade, pero también era una manera de despertar el interés del lector. A veces la palabra lectura puede (esto ya no lo dice Antonio Orejudo) tener unas connotaciones cargantes y soporíferas si bien en mi caso no diré horteradas como yo no leo a Antonio Orejudo, yo me voy de fiesta con él en sus novelas, pero sí es verdad que su lectura se desprende de toda languidez y desgana, y gana el entretenimiento: la eficacia, la intriga, el descaro, el humor, es decir, hay un leitmotiv latente que consiste en cierta intrepidez del escritor feriante pasando la gorra buscando más conversación que deslumbramiento, cuanto menos ligereza, de desmitificación de algunas verdades de la literatura, y la reafirmación de Cervantes como auténtico páter de todos, e incluso en algún momento la reivindicación de Aristóteles como inventor de los libros de autoayuda.

…CERVANTES ES EL ÚNICO DIOS Y DOSTOIEVSKI, SU PROFETA. Y realmente pensaba que con Cervantes había sucedido como con Jesucristo; que de ser un don nadie había pasado a constituir el centro de una poderosa religión con libro sagrado, sacerdotes, exégetas y herejes protestantes que acusaban a la iglesia oficial cervantina de haber olvidado el mensaje del maestro y que proponían volver a los orígenes desenfadados, eutrapélicos y nada trascendentes de la literatura. Si Cervantes volviera a la Tierra, volvería a morir del mismo modo, ignorado por la cultura oficial y despreciado en la práctica por los mismos que hoy lo elogian sobre el papel.

Aunque Cervantes no es precisamente un escritor de culto, sino el Pancreator de la literatura moderna, el Gran Padre de todos nosotros, al que algún día tendremos que matar.

 

También dos materias muy presentes en la obra de Antonio Orejudo, las tretas de la universidad, y las conspiraciones contra la gravedad, la parafernalia, la seriedad y la solemnidad literaria, muy presente en Fabulosas narraciones por historias.

Eso sin contar el esfuerzo que suponía enfrentarse a la hostilidad del ambiente, porque en el código de la universidad española, disputarle una plaza al candidato de la casa era como cuando en las novelas del Oeste de Marcial Lafuente Estefanía alguien desenfundaba primero.

Había regresado a España con todas mis esperanzas puestas en el flamante manuscrito de Fabulosas narraciones por historias. Lo había presentado al Primer Premio – y creo que Único- de Narrativa Joven que convocaba la editorial Tusquets y la Escuela de Letras…

Tenía la sensación delirante de que el mundo esperaba aquella novela, aunque desconociera su existencia. Ya he dicho que mi cabeza funciona así: como si la vida en vez de ser una sucesión de acontecimientos azarosos, fuese una historia construida por su narrador omnisciente con todos los episodios bajo control.

Por tanto, Grandes éxitos tiene algo de material, de realidad, y de igual manera de desorientación y lapsus en el lector que a duras penas (a veces) logra diferenciar entre historia novelada y vida real, un estratagema entre lo verídico y lo aparente e imaginario que siempre viene con el don de la gran farra y el esparcimiento, pues insisto: leer a Orejudo tiene más que ver con tomar una cerveza con un amigo divertido que con leer un libro en el bar donde tomas una cerveza con el amigo divertido, por la hilaridad, lo grotesco, lo extravagante, la degradación de la realidad, que como bien apunta la novela, cada uno interpretará como le salga de las pelotas. Quizá la profusión de sus relatos estribe en cierta forma, no solo en la profundidad y en la tragicomedia bizarra sino en las contradicciones, las dudas que se generan en el lector.

Y es que si algo comprende la literatura de Antonio Orejudo es la escasa voluntad por establecer límites, siempre tan presa de qué pasará ahora, qué cabeza volará, qué controlador de pasaportes de Estados Unidos lo sabrá todo de ti, en qué momentos las miradas se cruzarán y el azar vendrá envenenado; es una narrativa mucho más expuesta al funambulismo, mucho más de palabras sobre alambres y cuerdas que sobre camas de plumas. Y claro, te puedes matar, pero es mucho más divertido.

pel.

Aunque Cervantes no es precisamente un escritor de culto, sino el Pancreator de la literatura moderna, el Gran Padre de todos nosotros, al que algún día tendremos que matar.

Foto: Todos los Creative Commons/ Florian Klauer