Un manantial de libros

Antonio Colinas nos abrió su Biblioteca Particular para Sangre nueva, el número 39 de Eñe. Revista para leer. Somos lo que leemos, viene a decirnos: aquí te brindamos la segunda parte de Un manantial de libros, su recorrido por los libros que le convirtieron en el escritor y el lector que es hoy. Para la primera parte, acércate a la revista en papel 😉

La fotografía del autor es de Eduardo Margareto.

(…)

Me es imposible hablar de los libros que leí y que me marcaron a mi llegada a Madrid, en el otoño de 1964, a los dieciocho años. Ahora la biblioteca, con sus consultas y préstamos, sería la Biblioteca Nacional. A veces, también la del Ateneo; o la municipal de mi barrio, en la plaza de Cuatro Caminos. Pero sobre todo la sala de préstamos de la Nacional fue el centro de no pocas lecturas que abarcaron diversos géneros, pero sobre todo los de la poesía, el ensayo y la biografía. También de aquella etapa de lecturas muy ávidas surgen las novelas que ahora, tantos años después, he releído o estoy releyendo: las de Cervantes, las de Tolstói y Dostoievski, las de Stendhal (al que también le seguiría las huellas durante los años que viví en Milán), las de Thomas Mann, o la de Pasternak. En estos días releo precisamente el Doctor Zhivago, para hablar sobre su autor en las Conversaciones de Formentor. Pasternak, el autor que nos pone de relieve en nuestro tiempo, lo peligroso que es ese cruce que a veces se da entre la vocación de un escritor y las ideologías totalitarias. ¡Tan plagado está el siglo XX de estos autores de alma lírica, pero que padecieron la Historia!

Una estancia de dos meses en el otoño (que no mayo) del París de 1968 me trae el recuerdo de la lectura en el original de cuatro autores que también han sido decisivos para mí: Baudelaire, Rimbaud, Lautréamont y Saint-John Perse. De Rimbaud me traería de París la traducción que hice, en un cuaderno de hojas rosadas, de sus Iluminaciones. Traducción que solo revisaría y publicaría en la colección Devenir ¡¡cuarenta años después!!

Los años de Italia me llevan a sobrevolar no pocas lecturas. Algunas, como he dicho, ya van unidas al hecho de traducir (Leopardi, Quasimodo, Salgari, Levi, Pasolini, Sanguineti, Lampedusa), pero también a otros de los que simplemente he sido lector. Y aquí aparece destacando sobre todos ellos un nombre: Dante Alighieri, y su Commedia, su Vita Nuova, sus Rime. Dante es sobre todo el autor de la Divina Comedia, pero no debemos olvidarnos de esas dos otras obras que constituyen verdaderas vías de iniciación en el sentir y en el pensar esenciales. Y esos poetas contemporáneos no siempre muy conocidos entre nosotros: Pascoli, Saba, Cardarelli, Campana…

Los veintiún años pasados en Ibiza me llevan a autores que ya había leído y a otros nuevos que van muy entrañablemente unidos a lo que yo reconozco como «mundo o espíritu mediterráneo», de donde venimos: Hesíodo, Homero, los poetas grecolatinos, Virgilio, el ya mentado Dante, Hölderlin, Goethe, Keats, Shelley… Y así hasta los contemporáneos: Valéry, Seferis, Ritsos, Quasimodo, Aleixandre (uno de mis dos maestros, el otro sería María Zambrano: las obras de ambos también están en ese depósito especialísimo de mi memoria lectora), Espriu, Riba, Alberti, Gil-Albert, Ricardo Molina, García Baena… Son los poetas que han nacido en esa mar, o cerca de esa mar, o que han mirado de manera muy especial hacia ella. Mar con dos orillas y, sobre todo, con las tres culturas, literaturas y poéticas del Libro (los poetas del Cantar de los Cantares, de los Libros sapienciales bíblicos), pero también la riquísima poesía sufí, o los relatos hasídicos.

De manera constante o esporádica he pasado treinta y seis años en una isla de esa mar y sus libros, autores y símbolos, han ido pasando a mi propia obra de una manera sustancial, sin que nunca me haya olvidado también de sus pensadores: Platón y Plotino, Séneca, la música de la palabra de Agustín de Hipona, los filósofos renacentistas, Montaigne… Pero ¿podemos hablar de los libros sin tener presentes las otras formas del arte: la pintura, la música? Como hablar de «espíritu mediterráneo» y no recordar la pintura pompeyana, la veneciana y la florentina, o la de Nicolas Poussin?

Libros y lecturas nos sumergen en un laberinto de saberes al que no son ajenas el resto de las artes y, sobre todo, la propia experiencia vital, los viajes, que como debemos saber poseen una significación doble, pues existe el viaje físico, el del turista, y luego el que verdaderamente importa el viaje interior. En este último viaje nos acompañan, de manera especial, los libros que han marcado nuestra vida.

Pero, a mi modesto entender, no hay escritor o poeta sin raíces. Y, por ello, debo recordar que las mías están en las tierras leonesas, en unos espacios que se han ido ampliando con mi retorno a ellas en estos años; unos espacios que van de los montes y las riberas leonesas a las sierras salmantinas y, antes, como un eslabón precioso, los encinares de Zamora, en los que siempre me espera la casita de mi abuelo el herrero.

Remitirme a estos territorios supone hablar también de una literatura y de no pocos libros: las resonancias de la lírica galaica, la universal mística abulense, Fray Luis, la novela de Gil y Carrasco, el Unamuno que vino a aprender, más que a enseñar, en la ciudad y por los caminos de Salamanca, la obra del gran poeta y narrador Miguel Torga, o las poéticas puras que vienen del clasicismo de la Escuela Castellana: la de Guillén, Leopoldo Panero o Claudio Rodríguez, por recordar solo a algunos autores que nos han abandonado.

Pensar en ese territorio de los orígenes me lleva a pensar también en la literatura leonesa actual. Con ella no han podido ni la ironía ni la maledicencia, pues su clave, su razón de ser, tiene raíces muy hondas; radica precisamente en la memoria, en su contacto con las raíces de la infancia y con las telúricas. Allá donde vamos, en Pekín o en México, siempre al final de los coloquios alguien acaba preguntando por la razón de ser de la literatura leonesa actual. Estamos simplemente ante la constatación de un hecho. Quienes lean, por ejemplo, las Leyendas de la tradición oral en la provincia de León —un magno libro, fruto de muchos años de trabajo de campo, publicado no hace mucho por el poeta y profesor José Luis Puerto— sabrá mucho más de las raíces de esta literatura.

Con esas raíces, pues, de los orígenes me identifico. Pero yo siempre he procurado proyectar esas raíces, universalizarlas. A ello me han ayudado mucho mis vivencias y viajes, pero sobre todo las lecturas que me han marcado.

Otro día escribiré sobre la influencia en mi obra y en mi vida de la lírica y de la filosofía de Extremo Oriente: de los libros de Lao Zi, de Chuang Zu, de Lie Zi, de los poetas de la dinastía Tang o de esos movimientos de donde todo viene: confucianismo, budismo. ¿Y el mensaje de los libros de la India, de aquel Mahabarata que, por cierto, también se encontraba editado en la colección El Manantial de José Janés?

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