Volver a leer novelas, por Sergio del Molino

El lector de novelas fatigado no se quita nunca la sensación de déjà lu. Quizá por eso, con los años, abandona poco a poco las novelas y se refugia en el ensayo o incluso en la poesía. Es decir, se concentra en lo nuclear de la literatura, las ideas y la palabra, porque la mampostería, el alicatado y el andamiaje acaban por no tener casi secretos para él. Busca en el aforismo, en la reflexión y en la metáfora ese chute intelectual que la trama, el clímax y el dibujo evolutivo de los personajes ya no le dan. Por eso el lector cansado agradece tanto dar de vez en vez con un libro que sepa a nuevo y que, durante un par de cientos de páginas, le devuelva aquella sensación extraña y lejana de no querer bajarte del libro.

Me ha pasado con el título de un amigo (y justo es que avise de que lo es), por lo que la alegría es doble o triple, pues ya saben ustedes que las amistades entre escritores se resienten mucho con los silencios, los peros y los no obstante, y se sufre mucho en esas primeras páginas, cuando aún no sabes si su libro te gustará o no y qué le dirás si sucede lo segundo. Por eso, esto no es una reseña, ni siquiera un comentario o una recomendación: es un suspiro de alivio.

La novela se titula No cantaremos en tierra de extraños y la firma Ernesto Pérez Zúñiga, que ha consolidado una forma de narrar, de enfrentarse a los personajes y de envolver al lector con la materia narrativa que lo convierten en un autor difícil de emparentar entre los españoles de su generación. Y entre los extranjeros. Eso, por sí solo, ya hace de Pérez Zúñiga alguien muy interesante para seguir la pista. Pero aquí le da una vuelta a ese subgénero que muchos piensan que no se puede renovar y que hay que dar por muerto: el de la guerra civil. O el de la posguerra civil. No cantaremos en tierra de extraños es un western con dos hombres y un destino: dos ex soldados republicanos que vuelven a España tras combatir en la Segunda Guerra Mundial para cruzar la península a tiro limpio en busca de una mujer. Todo tiene un aire irreal, tragicómico, que no por casualidad recuerda a menudo a Valle-Inclán. Hace veinticinco años, Andrés Trapiello auguró que la guerra civil seguiría siendo un tema central de la literatura española durante mucho tiempo. No se ha equivocado.

Pero yo no escribo reseñas, me lo tengo prohibido. Y esto no lo es, así que me detengo antes de que se convierta en una. Solo quería dejar constancia de una de las alegrías de la rentrée. Otra la firma Luisgé Martín y se titula El amor del revés. Tengo mucho que decir sobre este título, pero este no es el foro adecuado porque Luisgé dirige la parte de papel de esta revista para leer, y aunque yo le hago mucho la pelota, como buen subordinado que soy, prefiero hacérsela en privado. Es una maravilla de libro, pero hablaré de él en otro foro. Apunten, si quieren, algún mordisco más para esta rentrée: Asamblea ordinaria, de Julio Fajardo Herrero, un intento notable por narrar la crisis económica española, que tuve el placer de leer en galeradas; pendientes de lectura (pero con altas expectativas y buen apetito) tengo Patria, de Fernando Aramburu, Brújula de Mathias Énard, y Los últimos días de Adelaida García Morales, de Elvira Navarro.

Libros hay. Vienen algunos interesantes. Si ustedes no quieren leerlos, es su problema, pero creo que se pierden algo bueno.