El mundo en cuadros negros y blancos, por Felix Kalhai

Esta es una historia muy antigua… y reciente. Pasó hace milenios y sigue pasando.

Al inicio de los tiempos, dos dioses estaban en disputa, uno negro y otro blanco. Ambos querían la tierra para sus escogidos, sin embargo, ellos no podían interactuar físicamente con ellos (por alguna razón se impusieron esa regla), así que su labor quedó reducida a poco más de influir en los actos de sus favoritos.

En un acto algo precipitado, el dios blanco hizo a los suyos atacar primero (demasiada imprudencia, hasta para un dios), clamó que, en representación de la luz, del bien y de la ¿paz? Él debía ser quien iniciara la contienda. Pero el dios blanco no quería poner en riesgo a sus favoritos, a quienes elevó a rey reina, sus representantes en el suelo, así que una noche le susurró que iba a crear varias clases de humanos, a su imagen y semejanza; fueron tres o cuatro clases, y las puso a su disposición para hacer cumplir su voluntad. Cada clase la hizo más pequeña que la anterior, para que nunca olvidaran que siempre iba haber alguien por encima. También, cada clase menor era más numerosa que la anterior (error del que los dioses se arrepentirían tiempo después).

Pero el favorito del dios blanco, ya rodeado de seres preparados para dar su vida por él, se asomó al horizonte para contemplar el campo de batalla y tener una mejor idea de lo que está a punto de desencadenarse, y entonces, un frío de pavor recorrió su cuerpo al ver la disposición del ejército contrario: como pudieron suponer, al dios negro se le ocurrió la misma idea, grupos y filas se asoman. El dios blanco declaró, pues, que avanzaran los menores, y el dios negro a su vez, ordenó el contraataque de los suyos. Quiso utilizar primero a los pequeños y numerosos, para ver qué pasaba, de todas maneras, nadie se daría cuenta de sus eventuales pérdidas (eran muchos y además eran simplones). La primera batalla de muchas. Sucedía lentamente, y los territorios que ambos bandos llegaron a conquistar no valían el sacrificio de tantos seres vivos.

Entonces el dios negro, susurrándole a sus preferidos por supuesto, decidió mandar una clase superior de personas para que ganaran ventaja en la guerra, dotándolos con ciertos conocimientos –celestiales- acerca de la domesticación de animales y otras tonteras. De esta manera la penúltima clase entró a la batalla, montados sobre bestias negras cuadrúpedas, fuertes y veloces, cuyo paso parecía ser el de 4 hombres, por lo que adquirieron significativa ventaja.

El dios blanco, al ver que decrecían sus filas rápidamente, y al ver que los hombres negros ya controlaban los animales, tenía que hacer algo rápido para mitigar los ataques del oponente. Así que, en otro magistral acto de persuasión, hizo que el rey blanco pusiera a las clases más bajas (de nuevo) a asegurar su reino mientras ideaba un mejor plan; aunque al final este plan funcionaría demasiado bien por largo tiempo. El reino blanco quedó, pues, amurallado, y para poder ver todo lo que pasaba sobre las planicies, hizo levantar dos torres blancas. De esta manera, si los hombres sobre bestias avanzaban cada uno por cuatro hombres, ahora el rey blanco y sus subordinados observarían el equivalente a 8 distancias por hombre, previendo cada ataque posible que el enemigo pudiera hacer.

El dios negro entonces vio que cada acción de su parte era fácilmente controlada por el enemigo, y que era bastante difícil hacer caer las construcciones. Intentos de destrucción y construcción de estructuras iban a acontecer durante muchos de muchos años. Buscaban derribar los muros y siempre lo intentaban con soluciones cada vez más menos intangibles: primero con trompetas, luego con fuego, al final con acero… bueno, al final con las tres; qué más da, esto no es un juego de estrategia, ¿o sí lo era? En todo caso, el rey negro, desesperado, tomó una decisión radical: decretó mejor educación y agradables recompensas a los seres de la segunda clase. Estos tenían ahora el conocimiento, tanto de controlar animales como de construir fortalezas y mirar por encima de ellas, y también de cómo administrar poblaciones, bienes y territorios. “Mientras más autonomía tengan, menos tiempo se pierde”, pensaron los reyes negros (que se nota que no salían muy a menudo de sus castillos). Entonces, de esta manera se pudo romper la rigidez del combate lineal que había sido definido por la era de las torres. Ahora la guerra es más avanzada, ataques de frente, ataques en diagonal, ataques por todos lados.

Lo malo es que muchos de estos seres, mejor instruidos, ahora creen que pueden hacer lo mismo que el rey, y en sus territorios ganados comenzaron a erigir sus propios pueblos, los cuales eventualmente desearían expandir; la discordia se sembró en sus propias filas. El rey negro ahora está planeando luchar contra sus propias gentes. El lector pensará que de esta situación pudiera sacar provecho el rey blanco para contraatacar, pero pensar eso sería aceptar una falta de atención en esta historia: el rey blanco también había instruido a los suyos, y éstos ya no lo quieren. Ya no se sabe cuál era el enemigo, y peor aún, ahora existen más de dos reinos. Cabe destacar también, y por si no lo habían notado, que los dioses hace tiempo que abandonaron el juego.

Muchas eras pasaron, de enredos, de confusiones, de negros con blancos, de blancos con negros, hasta que en un determinado lugar, una reina blanca tomó las riendas del asunto. Puso orden, quitó ciertos beneficios a los de segunda clase y puso a trabajar a los menores (hay cosas que nunca cambian) para construir cientos de edificaciones y ordenar el campo (también para recordarles para que habían sido creados), finalmente unificó varios territorios divididos en uno solo, más estable y próspero. Miles de años tuvieron que pasar para hacernos pensar que, tal vez, la reina debió dirigir desde el principio.

Otra versión del final cuenta que un rey negro, poco instruido, de hecho más débil que seres de otras clases, permitió demasiada libertad en su reino –debido principalmente a su incompetencia, por supuesto, no a su empatía- y los más pequeños comenzaron a tener mejor conocimiento sobre todas las cosas. Se dice que después de eso todos los pequeños se unieron, dieron media vuelta y atacaron a las clases superiores de su propio reino; evento que se recuerda en la historia por las cabezas rodantes de la reina y el rey negros. La mala noticia es que ahora, todos los menores quieren la corona.

Hasta la fecha se desconoce quién ganó. También se desconoce una verdadera razón para toda esta estupidez. Tampoco se sabe quién posee la corona, o quién la merece, pero eso también es parte del juego. Así funciona el ajedrez; así funciona el mundo.

 

Felix Kalhai es un escritor y viajero proveniente de alguna parte de Latinoamérica.

 

(La fotografía, de Jeff Kubina, se publica bajo licencia Creative Commons.)