La fila india, de Antonio Ortuño, por Jaime Garba

Desde Jorge Ibargüengoitia la literatura mexicana había esperado por otro escritor capaz de plasmar la realidad social del México moderno con una ironía que no lacerara el ánimo del lector, pues qué mejor forma de entender las sombras políticas, culturales, sociales e idiosincráticas de nuestro país y del mexicano, que a través del humor como al que nos acostumbró el escritor guanajuatense. Muchas plumas han rozado su estilo y en el trayecto han encontrado caminos propios que se signan en la actual identidad literaria, y aunque el escritor al que hoy me refiero también cuenta con su propia historia y estilo, el libro que abordo evoca claramente al Ibargüengoitia que retrató con satírica elocuencia varios fragmentos sustanciales de México.

Antonio Ortuño (Zapopan, Jalisco, México, 1976) sacó a la luz en el 2013 su última novela La fila india, bajo el sello editorial Océano. En este libro Antonio Ortuño aborda el escabroso e indiferente tema de la migración centroamericana hacia los Estados Unidos en su paso por nuestro país, junto al trato y la perspectiva social que tiene el mexicano hacia nuestros “hermanos” migrantes. A partir de un suceso real, el descubrimiento hace algunos años de fosas clandestinas en Tamaulipas con cientos de centroamericanos que padecieron vejaciones, torturas y otros horrores, el escritor lo extrapola al plano de la literatura, dándole una especie de tratamiento entre periodístico, novela negra y thriller que lleva al lector por la historia de una trabajadora social que tras el ataque a un albergue de migrantes en el poblado de Santa Rita, donde sólo algunos sobreviven, se ve inmiscuida en el oscuro mundo del tráfico de personas, el crimen organizado y la corrupción institucional, que permean en la vida de cada uno de los que constituyen esta historia.

Tras estos sucesos, la historia en una especie de destino vertiginoso nos lleva a descubrir que detrás de la apariencia del bien y del mal hay muchas cosas más cuyas implicaciones pueden rebasar hasta las más altas expectativas. La novela cuenta con tres voces, la del narrador omnisciente que nos contextualiza, la voz de Irma, la trabajadora social que nos permite recorrer los sucesos a su lado, y la de un personaje que desde lo lejos participa a manera de voz colectiva, perspectiva de desprecio hacia los migrantes, desde una condición psicológica que permite partir de una falsa afinidad moral y social que todo mexicano entiende y acepta en el discurso pero tras la experiencia de vivir en carne propia este tipo de cosas no puede hacer más que reaccionar con los instintos arcaicos de desprecio y desdén.

La fila india se atreve a retar la perspectiva lejana que se tiene del tema de la migración centroamericana, aquella tan compleja y que se ve opacada por el propio lamento que solemos enaltecer por el maltrato que sufrimos por nuestros vecinos gringos. Nadie parece querer saber de ello porque simple y sencillamente lo que se ve no es grato para nadie, la muerte, el dolor y la ansiedad por sobrevivir y un futuro mejor parece sólo pertenecer a nuestra patria egoísta, compartirlo con los demás sería repartir la lástima. Este libro perfectamente se abstrae de diferentes formas, el autor lo ha dicho en entrevistas, se escribió además con el fin de plasmar una historia, con la idea de reflexionar sobre el tema, lo que nos permite pensar y repensar sobre este fenómeno que cada día parece crecer más, sobre la condición humana y sobre el destino del ser hombre ante la desesperación y el filo del abismo.

Lo magistral de esta novela se encuentra en la estética del lenguaje, en las oraciones finamente plasmadas de Antonio Ortuño que van construyendo ese universo llamado Santa Rita, la forma de desarrollarse la historia con un par de giros excepcionales, el sutil humor negro que participa como filtro para no dejar el texto ante la verdad allí escrita, ante la proyección que cualquiera pueda tener y la empatía por los hechos, ese don que el escritor tapatío tiene permite que sea como sea, esta novela no pueda considerarse otra cosa que como magistral.

(Jaime Garba)

 

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