Cáscara de nuez de Ian McEwan, una lectura de Javier Divisa

Parece ser que en otro tiempo el hecho de que mi padre le leyera poesía era un ritual de su amor mutuo. Es extraño que no se atreva a decirle lo que él sin duda sospecha, lo que ella debe confesar. Que ya no le ama. Que tiene un amante.

Cáscara de nuez nace como alambique de novela negra, filosofía, tragicomedia, infidelidad, poesía, pragmático mercantilismo, dramaturgia shakesperiana, adulterio, asesinato, humor inglés, sátira y realidad contemporánea con cierto matiz experimentalista (jugada arriesgada pero brillante de Ian McEwan: dar voz a la categórica pureza de un feto desde el inicio de su etapa embrionaria, ejercer la narrativa intrauterina) en cuanto el narrador es un nonato (retoño de John y Trudy). Claude, como todo promotor inmobiliario que se precie, es el malísimo de la novela, el hermano de John y el amante de Trudy (por si alguien no lo ha notado, es la mujer de John).

Trato de verla y amarla como debo y luego imagino sus cargas: el granuja que ha tomado como amante, el santo que ha repudiado, el acto al que ha dado su conformidad, el querido niño que piensa entregar a unos extraños. ¿La amas todavía? Si no, no la has amado nunca. Pero sí la he amado. La amo.

Se enfrenta al mundo incontestable que se ha creado ella misma con todo lo que ha consentido, los nuevos deberes que necesito enumerar otra vez: matar a John Cairncross, vender la herencia, repartir el dinero, abandonar al niño. Debería ser yo el que llora. Pero los nonatos son estoicos ceñudos, budas sumergidos, inexpresivos.

La pérfida pareja (Claude y Trudy) quiere matar al pobre editor y poeta (John). Buscan la pócima venenosa, el accidente perfecto y la coartada impecable. Una mansión georgiana y un legado para la bella Trudy y el cruel Claude (que viene a ser el gran hijo de puta, el Richard Channing del libro) resulta el móvil fundamental, aunque puede devenir en contrición y pesadumbre. Sobre esta motivación tan frívola plantea McEwan una fórmula de inteligencia excepcional con una clase de existencialismo, libertad, responsabilidad y significado de la vida sin demasiados estertores agónicos y una diáfana derivación en la lucidez novelística del feto. Todo con una seductora trama (la novela es altamente cautivadora, nunca pesa, dadas sus coyunturas cinematográficas y la consecuente visualidad de la página), celeridad (se da la gran particularidad de que Cáscara de nuez se podría sostener con el doble de páginas de sus 217; en ningún momento aburre ni empalaga) y viveza narrativa: charme littéraire, en mitad del caos informativo del mundo (con su diseño de podcast), la pérdida de la inocencia y del amor (reminiscencias de Expiación y Chesil Beach).

Así Cáscara de nuez abre las puertas a otras novelas (reitero, como asunto tan excepcional como admirable, a la novela le falta papel) y por nuestros ojos pasan sin estrépitos ni arengas farragosas, violencias y revueltas universales, crisis de identidad, luchas ideológicas, cambio climático, Oriente y Occidente. Y todas las cabriolas y contorsiones necesarias para que la novela tenga un escritor intrauterino y se sostenga de forma brillante me han supuesto gran parte de las escalas de complacencia con Ian McEwan. Resulta tan fácil en creencia y fiabilidad, que estoy convencido, lleva un trabajo muy complicado. Las enrevesadas tareas de la literatura arriesgada y ligera. La urdimbre y el estilo, incluidas las opiniones sesgadas y tangenciales de nuestra supervivencia contemporánea. Capaz de cristalizar en papel la bestialidad de la vida, la mierda, el egoísmo, el amor, el sexo, la mediocridad, la muerte.

Todo es pura conexión; eso es lo irrebatible que mueve Cáscara de nuez, y es en la manera de coordinar elementos divergentes (incluidas la fases emocionales previas y posteriores a la posible criminalidad de los infieles) donde admito su maestría, cual si McEwan supiera ser nonato, bella amante, cornudo, poeta, pérfido inmobiliario, inspectora de policía y experto en asesinatos de toxicología forense; todo encaja y asume la veracidad de la vida; la clarividencia, la conspiración, incluso las profecías de Matt Groening.

 

El útero, o este útero, no es un lugar tan malo, es un poco como la tumba <<bella y privada>> de uno de los poemas preferidos de mi padre. Haré una versión de un útero para mis tiempos de estudiante…Abajo la realidad, los hechos obtusos y la odiada pretensión de objetividad. La sensibilidad es reina. A menos que se identifique como rey.