Entrevista a Andrea Jeftanovic, por Ernesto Escobar Ulloa

«Toda política tiene una hebra humana» (Andrea Jeftanovic)

Norman Lewis escribió en Un dragón latente, sobre sus viajes a Camboya, Laos y Vietnam, que «debajo de nuestros ojos se perpetraba la violencia, pero nosotros estábamos casi tan despegados de ella como de la historia». En Destinos errantes (Editorial Comba, 2016) la escritora chilena Andrea Jeftanovic se propone acercarnos a la historia y sus escenarios, en los que en ocasiones se oye todavía el eco de la violencia. Se puede percibir el legado de sus maestros, Sebald, Benjamin o Lispector, en esa mirada atenta a realidades múltiples y complejas, en el tratamiento del material narrativo —fotografías, libros, graffiti— y las fuentes. Es el reencuentro del yo consigo mismo y el choque entre lo exterior y lo interior, de donde emerge la literatura y, por qué no, aquello que llamamos realidad. Deambulamos por conflictos como el palestino-israelí o la guerra de los Balcanes. Nos acercamos a autores como Watanabe o la propia Clarice Lispector. Salimos de librerías, cruzamos aduanas, atravesamos túneles que salvaron vidas en medio del horror.

Destinos errantes es la segunda publicación de Jeftanovic en España, después del libro de relatos No aceptes caramelos de extraños (Editorial Comba, 2015). Conversamos con ella en la Librería La Central de Barcelona.

 

¿Por qué insistir en el género, la crónica?

Porque no es puro, creo. Me interesó trabajar algo que yo llamaría crónica ficcional. Tiene algo de relato y algo de crónica. Me interesan mucho los géneros que son híbridos. Sentí que era lo natural para este libro. Hay ensayo, hay crónica, intertextualidad, hay entrevista. Pensé en un género híbrido que me permitiera reunir todos los materiales heterogéneos de esas crónicas de viaje que parten de lecturas, de experiencias de haber ido, de regresar, de conocer gente, de entrevistarla. Después me di toda la libertad para ensamblar esos materiales como autora.

 

Como autora que se desenvuelve como escritora, que escribe literatura.

Claro, no como periodista. La definición es difícil porque no es una crónica periodística, de haber ido a un lugar y haberlo tratado desde lejos. Tiene mucho que ver con una cosa creativa, de generar una poética. Yo no siento tanta diferencia en el modo de escritura de los relatos del libro anterior y de éste, como que sigo siendo yo, como autora. Me interesa la creación, la escritura literaria, artística.

 

¿La crónica te permite llevar algo hacia tu narrativa?

Sin duda. Para mí podía ser un libro de cuentos. Ahí están las imágenes visuales que me interesaba trabajar. Hay cierta escritura de prosa poética que es difícil de narrar, como cierta belleza en situaciones muy difíciles. La narración coral aquí está más acentuada, hay muchas voces que voy ensamblando. Otra cosa que me ha hecho repensar el género es que la realidad es insuficiente. Estamos tomando un café y conversando, pero hay muchas más cosas. Hay una tradición del relato de viaje que sólo cuenta lo que ocurrió, lo que se vio, y los seres humanos tenemos muchos planos de realidad: lo soñado, lo imaginado, lo temido… Y me interesó unir todos esos niveles. El viaje no es esos diez días que fuiste a un lugar, es mucho más complejo que eso. Hay viajes que parten mucho antes, en una biblioteca. Y después de la experiencia acotada del viaje, hay un momento para reescribirlo, organizar esa experiencia, repensarla en un tiempo lento, más extenso y reflexivo. Me interesó mucho trabajar eso. El viaje es mucho más que la experiencia de con quién conversaste y qué lugares viste. ¿Qué quedó pendiente? ¿Qué te pasó internamente? ¿Qué te llamó? ¿Qué no pudiste hacer? Lo deseado, lo censurado, lo vivido, lo imaginado, lo vivido por otros y cómo te apropias de eso.

 

Una vez que tienes todo el material sobre la mesa, ¿qué te da el punto de partida para empezar a escribir?

Qué difícil. Trabajo de un modo bien rizomático. Muchas veces despliego varias páginas, de varios materiales, en archivos distintos, y luego viene el momento del ensamblaje, que para mí es muy interesante, porque hay cosas que aparentemente no tienen nada que ver y comienzan a ensamblarse, de un modo un poco misterioso y también por voluntad.

 

Uno se pregunta cómo das con la frase inicial que puede ser un graffiti, una imagen.

Huy, esa frase inicial es bien importante. Puede ser a partir de una imagen golpeadora, una imagen que se desarrolla a lo largo de todo el texto.

 

En “El círculo íntimo palestino-israelí” una frase estructura el relato: «we dont want you here». Y en “Sarajevo underground”: «Welcome to hell».

Sí son frases muy fuertes, muy golpeadoras.

 

Esas imágenes te activan una emoción.

Es importante lo que dices, activan una emoción, y de algún modo son una imagen matriz que recorre el texto.

 

¿Hay un deber ético, como escritora y cronista, que está ahí, latente, y que siempre tienes en cuenta cuando estás escribiendo?

El deber ético es mostrar las ambivalencias, las contradicciones de los lugares, de los conflictos. Me cuesta pensar en el campo literario. Tomar el pulso a los lugares, la emoción de los lugares. También es un modo de ver si en medio de los conflictos habrá que recuperar y ver cierta humanidad. En la literatura pueden confluir los distintos puntos de vista. Lo poderoso del arte es que permite eso. En el cine, en el teatro, en un mismo texto o espacio, puedes hacer contrapunto de distintas versiones, experiencias disonantes, y poner a dialogar personas y elementos que de otro modo tal vez no dialogarían.

 

¿Qué momento de hoy en día te gustaría conocer para escribir sobre él?

Qué complejo, hay tantos. Lo de Colombia ha sido fuerte. No conozco tan de cerca el conflicto, las distintas voces, pero debo reconocer que estaba entre los que creían que iba a ganar el Sí. Una cosa que también me cuestiono es el veto de las mayorías, con Trump, el Brexit, el No en Colombia. Lo que deberíamos hacer es acercarnos a dialogar, a reconciliar parte de la historia. Me desconcierta este panorama.

 

Este punto es interesante, el de respetar lo que dicen las mayorías. Es lo democrático, ¿no?, y eso nos resulta difícil.

Claro, somos defensores de la democracia, pero algo pasa también con la indiferencia, la abstención tan alta, o la gente que dice: «no estaba muy informada de lo que estaba votando». Cuando hay exceso de información la gente parece llevarse por un impulso rápido. El mal de esa sobre información es que la gente es muy impulsiva para opinar. En el Brexit hay gente que se arrepiente de su voto, que no sabía lo que estaba votando. Y en Colombia hubo un ¡60% de abstención en un conflicto de cincuenta años! No lo comprendo.

 

¿Ésos serían los puntos que tratarías de investigar?

Sí, la gente que no votó. Pero mezclando tensión e imaginación, como siempre: qué podría ser ese conflicto local en uno…

 

Hay una parte muy personal, la experiencia del cronista en el lugar.

Ése es uno de los elementos

 

Pero es muy perceptible aquí, en la primera crónica. Tu acercamiento al conflicto de los Balcanes está motivado por conocer un poco más de tus antepasados, de tu familia.

Sí, digamos que es el tropos del viaje al origen. Es muy universal y humano. Tiene algo de eso, y también de una literatura que me interesaba mucho y me generaba ciertas inquietudes.

 

¿Cómo trabajar con algo que puede ser tan emocional?

Es importante abrirse de lo personal a los materiales, aceptar distintas voces, distintas perspectivas, escuchar a la gente del lugar, leer a sus autores, la historia, los mapas, para no concentrar tanto uno el relato. Hacer dialogar un mundo interno con ese mundo externo.

 

Te interesaba intercalar las fotografías con el texto.

Me interesaba la idea del archivo. Cuando una viaja es una archivera profesional. Vas con mapas que se rayan, guardas la entrada del museo, fotos y materiales de todo tipo, y en esa heterogeneidad está también el archivo falso, el archivo alterado, que yo me apropio. Me interesa jugar con eso. También hay una narración en esa acumulación de materiales, de objetos.

 

En la historia del túnel de “Sarajevo Underground” se dice que el túnel es el cielo y el infierno está arriba.

Se invierte la idea habitual. De algún un modo fue así: el túnel salvó a mucha gente, permitió una serie de conexiones y fue un refugio, un lugar de desplazamiento cuando no se podían desplazar.

 

¿Un modo de rescatar la grandeza humana en medio de la desgracia de una guerra?

Sin duda, rescatar una hebra humana en estos escenarios tan destructivos. Existen, no es que yo imponga mi inocencia, es que en todos los conflictos bélicos hay hebras humanas. Y la literatura rescata eso. El resto es la propaganda, lo que dicen los líderes políticos; pero rescatar eso, a los ciudadanos anónimos que tienen sus épicas anónimas, absolutamente sí, y también eso lo permite la literatura, al ocuparse de historias particulares.

 

Me interesa ahora qué descartas a la hora de escribir, qué decides eliminar o simplemente no continuar por ahí.

Aquello que una siente ajeno, tal vez, dictado por otro. Por lo general, son textos que se mueven bastante en la contradicción, la ambivalencia, la duda. Estamos muy entrenados a tener todo claro; es muy compleja la realidad. De pronto, te preguntan qué piensas tú, si estás en este bando o en el otro; y si yo sentía que esos materiales los iba convirtiendo en algo binario, lo desechaba. Toda realidad es tan múltiple, tiene tantas perspectivas, es tan compleja y caótica.

 

“California al desnudo”: ¿te gustó jugar con esta división de lo que es on campus y off campus?

Sí, es una crónica más divertida. Me gustó jugar con eso. Es una experiencia amable, un texto más irónico, paródico. Me permitía el humor. Ese contrapunto de dos mundos distintos.

 

Podrías comentar: «Off campus, el primer pensamiento es el buen pensamiento. On campus, el último pensamiento es el más sólido.»

El primer pensamiento refleja la estética Beat. El impulso es lo más valioso. En cambio, en el mundo académico uno tiene que depurar su idea, reforzarla, buscar las fuentes, respaldarla. De pronto, el pensamiento académico y el pensamiento artístico tienen lógicas distintas.

 

¿Es verdad que conociste a Woody Allen?

Eso sí. Hay cosas que son mentira, pero ésa es verdad.

 

Me interesa eso que hay cosas que son mentira.

Ah, pero no te diré cuáles. (Risas)

 

No, claro, no te preguntaré eso, no es interesante tampoco saberlo. Pero ¿realmente se te ocurrió preguntarle cómo se pudo casar con su hija después de tantos años de psicoterapia?

Sí, claro, es el paradigma del psicoanálisis: la vinculación madre-hijo, padre-hija, romper eso. Es curioso caer en lo mismo. Esa pregunta ocurrió, claro, pero no se la hice. Ésa es la dimensión psíquica del viaje, ¿no? Ocurre solamente en tu mente.

 

Tú le preguntas por sus películas y él te dice: «No, ahora estoy en otra etapa…»

Me dejó muy decepcionada, porque yo quería que me comentara más de Crímenes y pecados, y me dijo eso, «ya estoy en otra etapa».

 

¿Te gusta más esa etapa?

¡Lejos! ¿Y a ti?

 

No sé, me gustan las dos. Match Point me gustó mucho.

A mí también. La dimensión moral, es muy bueno cómo narra eso. Uno queda súper engañado, ¿verdad? Es lo peligroso de la moralidad.

 

“El ojo de Watanabe” representa muy bien la crónica sobre la complejidad de los conflictos. Hacia el final hay una metáfora sobre el conflicto entre Perú y Chile.

Los conflictos por fronteras son muy complejos. Ambos países tienen distintas versiones y argumentos. En conflictos así no me atrevería a aventurar soluciones.

 

Pero en la crónica tú llevas ese conflicto a un segundo plano, y lo dejas de fondo para trabajar otros temas, la poesía y la figura de Watanabe, su obra, la inmigración japonesa, etc.

Yo tuve la oportunidad de conocerlo y me pareció fascinante su poesía. Ésa fue mi puerta de entrada. Me sirvió para escribir sobre la salud, la enfermedad, la inmigración, el paisaje; de la demora en la escritura. Hay autores que dicen yo tengo súper claros mis proyectos: este libro, después este otro… En su caso, es una cosa más incierta, más azarosa, más compleja. Y otros dicen este libro vendió mucho y el próximo ya tiene contrato. Es como muy importante el éxito. Y el escritor creativo, en cambio, está lleno de fracasos, lleno de pausas e incertidumbres. Eso me permitía Watanabe.

 

Al final el conflicto peruano chileno acaba siendo un pretexto.

Los viajes son eso, pretextos, a veces para conocer cosas internas, para conocer a alguien y tener una conversación verdadera con uno, macroescenarios que no puedes abordar pero sí puedes abordar una conversación con alguien.

 

Claro, porque uno espera conocer ese lugar, el viaje en barco por la zona en disputa, pero no dices nada acerca de eso.

Son conflictos que heredamos, que surgen de guerras, de tratados muy antiguos. Tú eres peruano, yo soy chilena, y heredamos eso. Al final se trata del diálogo de las personas con sus circunstancias, al igual que en la guerra de los Balcanes o el conflicto palestino-israelí. En el caso de una escritora que me gusta mucho pero con quien no puedo dialogar, entonces dialogo con sus personajes. Hay que abrirse al caos, a la complejidad, y hasta imaginar diálogos póstumos. El discurso macro y geopolítico es muy distinto al que tenemos los seres humanos. Me interesó trabajar ese nivel más micro. En lo otro me declaro incompetente.

 

Watanabe te increpa si era necesario llegar hasta Lima y destruirla en la Guerra del Pacífico.

La historia tiene muchas vergüenzas. Uno se avergüenza de muchas cosas de su país de origen, de su pueblo, y por qué no decir eso, hay que decirlo.

 

Pero también es un poco absurdo cargar con estas culpas.

Absurdo sí. Pero igual uno se pregunta: ¿cómo pudo ser?

 

Clarice Lispector: hay mucho fetichismo

Sí, es que los escritores somos muy fetichistas. Los que hemos ido a París hemos ido a la tumba de Vallejo. En un punto es absurdo, una cosa medio loca, pero cuando fui a Dublín hice el recorrido de Joyce. Es un modo de aprehender esa relación más allá de los textos. En mi caso, con Clarice Lispector es un intento por tratar de comprenderla, un modo de intentar un dialogo póstumo, imposible.

 

Claro, tú te acercas a su obra, te acercas a sus escenarios, a sus personajes, pero al final tú quieres llegar a ella, a ella como autora.

Eso es lo imposible. Cuando te gusta mucho un autor te interesa saber cómo lo hacía. Generan una fascinación y una interrogante

 

Clarice Lispector es una autora que el tiempo ha reivindicado

Está el tema de la lengua. Escribió en la época del Boom. Trata de cosas domésticas, no tiene la ambición de la gran novela. Son espacios muy micros. Tiene esa cosa tramposa porque por otro lado plantea cuestiones muy profundas, filosóficas, metafísicas.

 

La falta del compromiso…

Y esto pasa mucho. Estoy a favor de la Revolución Cubana o contra la Revolución Cubana. Estamos en otro mundo, en un mundo mucho más complejo, que uno puede decir soy pro ISIS o anti ISIS. Todo somos anti ISIS pero hay que entender los fenómenos, ir más allá de eso. Sí, ella no estaba para nada a la moda. Hay una foto de ella, en que va a una marcha pero no se la ve muy convencida. Pero una postura universal de compromiso con el ser humano es una postura política.

 

Y todo es política. ¿Crees que tu libro dice eso?

Toda política tiene una hebra humana. Quizá yo trabaje más con la micro política. Quizá el arte trabaje más con lo micro.