Literatura y testimonio, por Sergio del Molino

 

Esta tarde (de este jueves, a las 19.00), en la Biblioteca Nacional, voy a tener el gusto de conversar en un coloquio con dos escritorazos con los que, además de la admiración, me une el afecto: Marcos Giralt Torrente y Manuel Vilas. Los organizadores del ciclo de conferencias nos han elegido como representativos (que no representantes, espero) de la literatura testimonial que se hace hoy en España. Supongo que hay un título asociado a cada uno de nosotros, uno que nos marca y que justifica la etiqueta: Tiempo de vida en el caso de Giralt; Ordesa, en el de Vilas, y La hora violeta, en el mío.

He dicho que espero que seamos representativos y no representantes porque, si ejercemos de portavoces de una supuesta tendencia, nos cargamos los presupuestos que la animan: para escribir literatura testimonial hay que renunciar a hablar en nombre de otros y hacerlo sólo en el propio. Por más que luego las fajas y las contracubiertas y las reseñas digan que son libros que hablan de toda una generación o de todo un país, eso sólo se puede interpretar como un efecto secundario y a menudo no deseado de nuestros libros, que existen como manifestación radical e inexorable de un yo incomprendido. Si, en el momento de la escritura, nos hubiésemos sentido parte del mundo y en sintonía con él, no los habríamos escrito. Son estos libros un producto necesario de la soledad y de la incomprensión: si no te sientes desgajado de la sociedad, no se enciende en ti la necesidad de adoptar una pose testimonial. O, apuntado desde la perspectiva del lector: la literatura testimonial sólo es valiosa cuando emerge de algo no literario.

Pero no quiero agotar aquí ideas que debatiremos esta tarde. Sólo quería, además de invitar a los lectores a acudir, dejar constancia de esta contradicción: si reniego de ser representante de nada y de hablar en nombre de otros, ¿por qué acepto participar en estos coloquios? No por un sentimiento de militancia que es ajeno a mí. No creo que haya que hacer proselitismo de la propia obra: los libros lo hacen por nosotros. Acudo más como defensor que como atacante. A menudo, la literatura testimonial es despreciada y ridiculizada. Desde el lugar común (sólo sostenible desde la ignorancia más grosera) de que la ficción es más meritoria, al exigir la imaginación del autor, hasta las acusaciones más mezquinas de exhibicionismo y morbo. Hay un manto de prejuicios, especialmente entre escritores y críticos (mucho más que entre lectores de a pie, si se me permite una expresión tan horrible), que actos como el de esta tarde, sin duda, ayudan a rebajar.

Allí estaremos, cada cual con nuestra voz y nuestros libros, encantados de recibirles.