El invierno del Watusi, por Sergio del Molino

No sé si es bueno que una de las novedades literarias que más me interesan del curso que empieza sea un libro que se publicará, con suerte, en febrero de 2016. Tampoco tengo claro que sea muy bueno que ese libro no sea en realidad una novedad, sino un rescate. No sé si es muy bueno que sea el título que más me interese porque ya lo leí hace años. Como en los buenos divorcios, confío en eso de no eres tú, soy yo. No es que la rentrée sea floja. No es que los boletines de novedades editoriales vengan asténicos y sin apenas títulos que me apetezca hojear. Seré yo, que me hago viejo y quisquilloso y pronto me convertiré en uno de esos columnistas que ladran a cualquier escritor joven que se pasee con su primera novela por la puerta de su casa, porque a mí esto no me pasaba antes. No recuerdo un comienzo de curso tan poco apetecible.

Lo que saldrá en febrero es El día del Watusi, de Francisco Casavella, versión reloaded. Es un acontecimiento literario, si es que literatura y acontecimiento pueden unirse conceptualmente. La recuperación de un libro de culto, la celebración de un escritor ambicioso y avasallador que, a decir de sus fans (entre los que me incluyo), no gozó en vida del reconocimiento que su genio merecía. Y esto sí me da marcha. Que, en un mundo donde las trituradoras de papel funcionan sin descanso, un grupo de editores y escritores echen el freno y den una segunda oportunidad a un libro es tan raro que hay que festejarlo.

Casavella murió con un Premio Nadal y muchos elogios de la crítica. También murió con una leyenda. Dicen que se llevó a la tumba toda una Barcelona que ya solo existía en los bares a los que iba, y quizá, también, se llevó una idea de la ambición literaria que ya nadie entiende. Dicen quienes le conocieron que todo en Casavella era exceso. Que se lo bebía todo, que estaba dispuesto a llevarse toda la ciudad por delante cada noche, como si se vengara de ella. El día del Watusi, con sus valles y sus picos, con sus hallazgos y sus errores, es la obra de un romántico y, a la vez, de un cínico. Es una novela hipnótica, que baja de las chabolas de Montjuïc y Pueblo Seco y se extiende por toda Barcelona hasta cartografiarla a escala 1:1. Le vendieron como el nuevo Marsé, el gran novelista de Barcelona, el que contó la ciudad a partir del Pijoaparte. Dicen, también, que la comparación no le benefició, que esperaban que el Watusi fuera un gran libro generacional, pero se quedó en obra de culto, lo que tampoco está mal, pues así evitó la trituradora de papel y el olvido al que casi todos los libros están condenados.

El Watusi creó una secta de watusianos. Encabezada por Silvia Sesé, la que fue su editora en Destino. Sesé es ahora editora en Anagrama. Ejerce de brazo derecho de Jorge Herralde mientras este pospone una jubilación que se ha anunciado demasiadas veces y que ya nadie cree. Y lo primero que ha hecho Sesé en su nueva casa ha sido recuperar uno de los libros de los que probablemente esté más orgullosa. Quizá consiga así recordar que no sólo ha sido la editora de Larsson en España. Algunos ya sabíamos que los nombres más interesantes y literarios (entiendan este adjetivo como quieran) incorporados al catálogo de Destino en los últimos años eran mérito suyo, y lo de Casavella es sólo un botón. De oro, gordo, casi un broche, pero botón.

El día del Watusi saldrá con tres prólogos, uno por cada entrega de la trilogía, a cargo de tres watusianos que han mantenido viva la llama del Watusi todos estos años: Kiko Amat, Carlos Zanón y Miqui Otero. Como watusiano modesto que soy, aunque tardío y sin haber conocido a Casavella, estoy muy feliz y me gustaría saltarme todo este otoño para llegar al invierno, al invierno del Watusi, para regalar el libro a algunos amigos que sé que van a querer apuntarse también a nuestra secta.