Ensayos para perderle el miedo al ensayo, por Sergio del Molino

El curso ha empezado con un puñado de ensayos muy interesantes que podrían servir para que el lector común (¿qué diablos será eso del lector común?) pierda el miedo a ese género que los libreros suelen colocar en la planta de arriba o al fondo, bajo la escalera, para que no bastardee las mesas de narrativa. Ese género que asusta a los propios editores especializados en él y que, según los estudios de mercado, interesa a señores ya añosos con estudios superiores y problemas de próstata, que leen en sillones de cuero de habitaciones hurañas que huelen a tabaco, seriedad, pana y fotos de cuando militaban en el partido comunista. No es un buen sitio para ligar, la sección de ensayo de una librería, pero la fama que arrastra es injusta, como injusto es lo que he estado a punto de escribir: que hay ensayos que se leen como novelas. Porque, para muchos, un ensayo encuentra su virtud cuando se traviste de otra cosa. Y eso no está bien.

Sin embargo, esta rentrée está siendo pródiga en ejemplos que niegan esa leyenda tristona. Destacaré solo dos títulos que combinan un rigor casi enfermizo con una amenidad y tensión narrativas dignas de los mejores escritores. Libros que llevan a otros libros y que les harán desear saber más acerca de lo que cuentan. Y ello, sin rebajarse al tono del Reader’s Digest ni desmerecer la exigencia de los lectores tradicionales de ensayo, que leen con suficiencia en sus sillones desventrados.

Uno es La invención de la naturaleza, de Andrea Wulf (Taurus). Más de seiscientas páginas de lo que, a primera vista, parece la biografía de Alexander von Humboldt, pero que es mucho más: el retrato de un mundo, el del cambio de siglo XVIII al XIX, los años en que se ponen los cimientos del mundo de hoy. Wulf cuenta cómo se gestó la visión global de la ciencia contemporánea, cómo nació la conciencia ecológica y cómo esa relación entre ciencia y cultura influyó también en la forma de los estados modernos y en el avance de las democracias. Con un estilo eficaz y una narración muy bien estructurada, que acompaña al lector página tras página, la autora ha construido una obra magnífica con muchas capas de lectura que puede disfrutar un público muy amplio.

El otro es Los Románov, de Simon Sebag Montefiore (Crítica). Mil páginas donde se cuentan tres siglos de historia de Rusia a través de la familia que la tiranizó y la convirtió en el imperio más grande del mundo. Sebag Montefiore no sólo escribe admirablemente bien y maneja los recursos narrativos con una soltura más propia de un escritor de ficción que de un historiador, sino que despliega un sentido del humor que a ratos me recuerda al de Karl Marx. Porque, si queda alguien por ahí que haya leído a Marx, sabrá que sus libros están llenos de frases jocosas, ironía y malicia ingeniosa (un sentido del humor que me temo que no heredaron sus discípulos). Sebag Montefiore convierte a los Románov en los Borgia, y a Moscú, en un Vaticano renacentista entretenidísimo. No hay periodismo macabro o rosa que tenga tantos adulterios, crímenes y depravaciones como las que se concentran en este libro. Y, de nuevo, sin dejarse el rigor en el camino, satisfaciendo ampliamente las expectativas de los rusófilos más sesudos.

No doy más. Prueben con esos dos. Si tienen reparos con el ensayo, si siempre acaban prefiriendo una novela porque creen que los ensayos van a aburrirles, estos dos títulos derribarán sus prejuicios. Hagan una visita al fondo de la librería, que les va a merecer la pena.

 

Fotografía: Andrea Wulf (Penguin Random House)