Figuritas japonesas, por Sergio del Molino

Doy uno o dos pasos atrás, retiro las dos inestables y altísimas pilas de novedades que se alzan como monumentos dementes en mi escritorio y me permito comentarles un libro que tiene ya un tiempo. Se publicó en España en 2015, que en términos editoriales es como si les hablara de la Edad de Bronce. Si lo comento aquí es por dos razones, tres en realidad. La primera es porque lo leí hace unas semanas y su regusto permanece y crece y se agranda. La segunda es constatar algo obvio: cada año, incluso los locos que seguimos más o menos la actualidad literaria por imperativo profesional (y un poco por vicio), nos dejamos libros fundamentales sin leer que a veces es difícil rescatar después, a no ser que eches el freno y apartes las novedades. La tercera es que en este juicio final dicto las sentencias que me da la gana y no necesito percha ni excusa para traer aquí una lectura. Corro el riesgo de que los lectores informados sientan que les intento descubrir el Mediterráneo. Nada más lejos de mi intención: sé que llego muy tarde, pero a lo mejor convenzo a algún otro despistado como yo.

La liebre con ojos de ámbar, de Edmund de Waal (Acantilado), es una cumbre de ese tipo de libro posmoderno y clásico, esa estirpe de libro libre cuya forma más reconocible inaugura Michel de Montaigne y que hace rabiar a los críticos más aficionados a la taxonomía: ¿es una novela, es un ensayo, es una crónica, es un libro de viajes, son unas memorias, es un diario, es historia? No es ninguna de esas cosas y es todas esas cosas a la vez. Es la libertad de un escritor armado de un yo que despliega y maneja con libertad un montón de técnicas, géneros y aproximaciones para ir moldeando un arte que imita a la vida.

¿Complicado? Un poco, pero el resultado es de una sencillez monacal, porque hay algo de ora et labora en estos libros preciosos e inclasificables que conectan tan hondamente con el espíritu de los tiempos (de cualquier tiempo).

Este libro cuenta la historia de una colección de netsuke, unas figuritas diminutas de marfil, divertidas, muy detallistas, primorosas, talladas en el siglo XVII. De Waal la hereda de un tío abuelo suyo que vive en Japón (pero no era japonés, sino austriaco nacionalizado estadounidense, que llegó a Tokio como parte de las fuerzas de ocupación tras 1945) y con el que mantuvo una relación estrecha al final de la vida de éste. El autor se propone investigar cómo han acabado esas figuritas en su poder, desde que llegaron a la familia, en la segunda mitad del siglo XIX. Lo que empieza siendo una indagación íntima se convierte en un diálogo con una Europa perdida, una actualización de El mundo de ayer, de Zweig, aunque De Waal huye de la elegía y no quiere que su libro sea un relato de la belle époque perdida con el nazismo.

Lo cierto es que un poco sí lo es. Edmund de Waal procede de la familia Ephrussy, unos judíos de Crimea que se enriquecieron con el comercio de grano, se hicieron banqueros y amasaron una de las fortunas más grandes del continente. El banco Ephrussy tenía a mediados del siglo XIX sedes en París y Viena, con la familia dividida en las dos ciudades, y eran famosos en la buena sociedad francesa y austriaca. Tan apreciados como odiados, por banqueros y, sobre todo, por judíos. El primer dueño de los netsuke fue amigo de Proust en el París de la Tercera República y una de las personas reales que inspiraron el personaje del M. Swann de À la recherche.

La liebre con ojos de ámbar tiene el aire de las viejas dinastías familiares y sus páginas dibujan un territorio muy familiar para el lector de novelas rusas, pero a la vez es rabiosamente moderno, autoconsciente, autocrítico y lleno de capas de lectura y de andamios a la vista. Una lucha contra la nostalgia escrita desde la nostalgia.

Es revelador el momento en que De Waal se da cuenta de que no sabe el apellido de la criada que preservó los netsuke durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los Ephrussy salieron de Viena. Indaga, trata de saber la historia de esa mujer que aparece en los relatos y en los documentos con su nombre de pila, pero nada. Ella pasó toda la guerra guardando una fidelidad innecesaria a la familia, y la familia ni siquiera fue capaz de aprenderse su nombre completo.

No cuento más. El libro está lleno de pistas y caminos, es de esos libros que se pasean, como el camino que pasaba por la casa de Swann.

 

Fotografía: Erich Ferdinand (Todos los Creative Commons)