Los libros abandonados, por Sergio del Molino

Así como hay una biblioteca de manuscritos rechazados, creo que en alguna universidad estadounidense, debería haber una biblioteca con todos los libros que nos olvidamos en los hoteles. Con dos secciones: los olvidos genuinos y los olvidos deliberados. Mi contribución podría ser de unos treinta o cincuenta volúmenes, la mayoría genuinos, porque tengo mucho sentimiento de culpan al abandonar un libro.
Un día volví a casa con un volumen de gran formato, editado por alguna institución provincial de la ciudad que había visitado, una de esas publicaciones sobre las fuentes platerescas de Jaén o los adoquines de Vitoria o los bustos de bronce de Castellón de la Plana. Quinientas páginas a color, papel satinadísimo, prólogo del presidente de la diputación, saludo del alcalde y glosa del vate local que también dirige el periódico de la ciudad. Al deshacer la maleta, mi mujer levantó trabajosamente ese fino trabajo de artes gráficas y me preguntó por qué diablos lo había traído. Me lo han regalado, repuse. Un señor muy simpático, añadí. ¿Por qué no lo dejaste en el hotel?, me preguntó, con ese tono que reservamos a los muy idiotas cuando nos cansamos de que sean tan idiotas.
En el hotel, pensé. Ajá, qué idea. Desde entonces se me han olvidado unos cuantos catálogos de cerámica francesa y biografías de caciques del siglo XIX y guías ilustradas de la comarca de Babia. Y sufro mucho. Pienso que quien va a limpiar la habitación será pariente del autor del libro y se chivará. Cuenca es muy pequeño, me digo, seguro que todos se conocen, seguro que ya no me invitan más cuando se descubra lo que he hecho.
Pero lo normal es que me deje libros buenos, de tamaño y peso razonable, a menudo adquiridos con mi magro capital, y leídos a medias. No sé qué tienen los hoteles que te instan a olvidarte cosas en ellos. Algún magnetismo extraño.
Pienso en la fabulosa biblioteca que podría formarse con todos esos libros olvidados, con una ficha que recoja quién los olvidó y cuándo. Los escritores iríamos a dar conferencias sobre esos libros que dejamos leídos a medias, recordando la dureza de la cama que nos amargó la lectura o la música de la boda que se celebraba ese fin de semana y que no nos dejó concentrarnos en la trama.
Habría que reservar una sección especial a los libros dedicados. Esos que aparecen en la cuesta de Moyano revelando pequeñas miserias de escritores, esas primeras novelas dedicadas con enorme admiración al gran novelista querido, que el gran novelista querido vendió al peso apenas se marchó el novel entusiasta.
Hay muchos hoteles abandonados en España. Escojamos uno, pongámosle nombre y empecemos a pedir a los limpiadores de todos los hoteles del mundo que nos remitan los libros que encuentran como si tal cosa en las mesillas de noche.

 

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