Ejemplar 177, por Eva Martínez

Ejemplar 177 sabe que su momento está cerca. El peso ha disminuido con rapidez en las últimas semanas y 176 le estropea un poco la portada cada vez que intenta estirar la suya para venderse. El grupo siente cierta lástima por 173, el ejemplar que todos cogen y manosean pero que nadie escoge. El primero de la fila que acabará en una caja de cartón en el almacén, rodeado de ollas, ruedas de bicicleta y carbón de barbacoa.

Hace dos días, ejemplar 177 sintió de cerca la victoria. Aquellas manos habían roto la torre por la mitad. Aquellos dedos le habían rozado el título casi sin querer, antes de llevarse a casa a 178.

Pero ahora el peso es apenas un soplo. Casi puede ver la luz de los fluorescentes reflejarse en su portada; casi imaginar la estantería que le acogerá muy pronto, de pie ya, no acostado.

Es una niña. Lo que no tiene mucho sentido si tiene que hacer caso a los comentarios que ha oído hasta el momento. Letra pequeña, denso, soberano coñazo… Las manos pequeñas y suaves le agarran el lomo con determinación y le agitan en el aire. «¡Este, papi, este!». La luz le ciega por un momento las letras, le deslumbra los colores, mientas otras manos más curtidas y más grandes, abren sus cubiertas y pasan sus hojas en un cosquilleo agradable.

Lo siguiente que siente ejemplar 177 es el frío metal del carro. A su lado hay una caja de leche, unos cuantos tomates y, lo peor, una bolsa llena de pescado. Sin que nadie lo note, se aleja un poco de ella. Sabe que si sus hojas se manchan solo un poco, no tardarán en reemplazarlo. Pero el pescado pasa a ser el menor de sus problemas cuando llegan las galletas, el aceite y el enorme saco de patatas escupe-tierra. 177 empieza ya a marearse cuando la niña lo coge de nuevo y lo deja en la cinta de la caja, a salvo de amenazas alimenticias, al menos hasta que le ponen sobre la portada un paquete de pilas tan pesado como el carácter de 188, el último de la fila.

La tortura dura poco. El láser rojo le escruta las barras y en la bolsa de plástico en la que acaba ya no están las patatas, ni el aceite, ni el pescado. Solo está él. Y las pilas.

Se olvida de ellas en el viaje a casa. Ejemplar 177 ya tiene hogar. Y dueños. Y, con suerte, un sitio en la estantería.

Pero no es allí adonde le llevan. La niña le saca de la bolsa y le confunde con un juguete volador durante un buen rato. Y cuando por fin manos adultas le devuelven el estatus de libro, ejemplar 177 acaba reposando sobre una pequeña mesa de cristal al lado del sofá, desde la que puede ver la enorme biblioteca.

Las voces detrás de los lomos comienzan siendo susurros y acaban siendo aguijonazos.

«¿Has visto qué pintas?». «Qué desvergüenza, tiene una esquina arrugada». «A saber cómo tendrá las hojas». «Yo no pienso dejarle tocar mis cubiertas». «¿Eso a lo que huele es pescado?»

Gutenberg me salve, piensa 177. Qué dura es la vida de un libro de supermercado.

 

 

Eva Martínez se presenta: «Siendo un bebé ya olía libros con amor infinito. Sus paseos infantiles terminaban mejor cuando volvía a casa con un nuevo libro. A los ocho años escribió su primer relato, sobre fantasmas y casas encantadas, que ilustró ella misma y aún guarda en una de las tantas cajas de recuerdos de las que nunca se anima a desprenderse.

A los diez poseía una variopinta biblioteca que ordenaba a su manera. Aprendió a hacerlo con rigor en la Universidad donde se hizo bibliotecónoma y donde también aprendió de artes y letras licenciándose en Humanidades. Un sueño le ha acompañado a lo largo de los años: trasladar a los lectores cada una de las ideas que sobre servilletas o papeles jubilados le han salido desde dentro hasta la tinta.

Escritora de brújula sigue a la caza de algún mapa que le funcione pero como no encuentra ninguno, mira al cielo, busca las estrellas (suele escribir de noche) y se deja llevar a donde “el muso” (insiste que es masculino) le lleve.

Mientras tanto trabaja entre libros, en una biblioteca pública, lee todo lo que cae en sus manos y escribe como respira; es decir, casi siempre.»

 

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(La fotografía de Casey Bisson se publica bajo licencia Creative Commons.)