Ego(gle), por Cristina Fallarás

El escritor ha acabado por admitir que se aburre cuando escribe, y esto es nuevo, oh, qué cosas, hay que ver qué cosas suceden en estos tiempos. Sentado ante la pantalla vuelve a teclear su nombre y pasa la lengua sobre el azul de la G de la palabra Google. Sopesa la posibilidad de una trama social. Una trama social resulta una idea tan fácil que vuelve a aburrirse mientras se pregunta por qué no ha aparecido su nombre en la red ni una sola vez desde que ha encendido el ordenador. Sopesa la posibilidad de una autoficción y bosteza. Como ser inteligente, culto e interesado por estos asuntos, pasa a indagar las razones de su aburrimiento. Concluye sin sonrojo que nadie espera su nueva obra, y esa es la razón principal, aunque también podría tratarse de la desaparición de la crítica, oh, qué cosas, qué cosas suceden en estos tiempos. Luego se dice que nadie espera su nueva obra porque nadie espera la nueva obra de nadie, y no lo hace como una forma de consolarse, sino bostezando una evidencia. El escritor se pregunta cuál es la última obra que leyó entera. Se contesta que un articulillo de Antonio Gala de exactamente 870 caracteres, y de eso hace ya un par de meses. Pincha sobre la tecla que anuncia «volver a cargar», y nada. Pasa el dedo sobre la doble O de Google como quien recorre el lomo vainilla de un muchacho virgen. Sopesa la idea de retomar aquellos aforismos de un verano inexistente, y esta vez eructa. «Por lo menos en el mundo del arte y en el mundo del toreo aún quedan las envidias», le ha soltado esa misma mañana un colega. Se dice que la prueba es que él mismo no sabría decir si ese colega ha publicado algo en los últimos tres años. Tres años son una eternidad derramada, oh, qué cosa, el tiempo de estos tiempos. Visto lo visto, decide apagar el ordenador y largarse a beber. Antes de hacerlo, como siempre, pincha de nuevo, por última vez, sobre la tecla que anuncia «volver a cargar». Ahí está. ¡Su nombre!. Ha sido nombrado en un foro sobre intercambios de muebles de segunda mano. Sin entretenerse a indagar de qué se trata, labor que merece un deleite posterior, saca su pene y se hace una paja nerviosa, triunfal.