Entrevista a Alberto Olmos, por David Pérez Vega

Alberto Olmos (Segovia, 1975) ha publicado las novelas A bordo del naufragio (1998), Trenes hacia Tokio (2006), El talento de los demás (2007), Tatami (2008), El estatus (2009), Ejercito enemigo (2011) y Alabanza (2014).

En 2016 ejerce de editor invitado en el sello Caballo de Troya –integrado en el grupo Random House– y ha publicado su primer libro de relatos, Guardar las formas.

 

Tú siempre has sido escritor de novelas. ¿Qué ocurrió después de Alabanza para que decidieses empezar a escribir un libro de cuentos?

 

Pues sucedió que la idea de escribir una nueva novela me resultaba poco estimulante, dado que Alabanza había sido, ya sólo por su extensión, una apuesta ambiciosa y extenuante. Me veía abocado a escribir una novela menor, o a no escribir. Entonces pensé en el cuento, empecé a engolosinarme con la idea de debutar en el género breve y, finalmente, mis propios prejuicios contra el relato se pusieron ante mí y gritaron: ¿no decías que era tan fácil escribir cuentos?, ¡pues prueba y verás! Todo un reto.

 

A finales de 2009 escribiste en tu blog Hikikomori un artículo, titulado Género y práctica: el cuento y la novela, que resultó polémico. En él llegabas a afirmar: «El cuento es un género menor». ¿No temías las posibles reacciones si tú mismo llegabas a publicar un libro de cuentos? ¿Sigues afirmando hoy lo mismo?

 

Como decía en ese post ‒por lo demás, nada polémico; quiero decir que escribir en tu propio blog y aspirar a una auténtica polémica es un poco ingenuo‒, escribir cuentos es una práctica menor, práctica menor de la que pueden salir obras maestras, obviamente, pero de la que normalmente sale una mediocridad que ha costado menos esfuerzo que la mediocridad que surge de escribir novelas.

 

En 2015 fuiste uno de los cinco finalistas del IV Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero (al que se presentaron 850 originales), con el libro Guardar las formas. ¿Qué sensación te produjo aquello?

 

Alegría. Como supondrás, hablo siempre mal de los premios literarios, así que este pseudo-reconocimiento me hizo ilusión. Envié el libro con la intención de poner a prueba mis cuentos en un contexto tan competitivo como es el premio de relatos mejor dotado del Universo. Ser finalista me hizo pensar que mi libro no debía de estar nada mal.

 

¿Has leído al ganador de ese premio, el libro Siete casas vacías de Samanta Schweblin? En caso afirmativo, ¿qué te pareció?

 

No. Sin embargo, me gustó mucho su libro anterior publicado en España, Pájaros en la boca.

 

¿Has leído cuentos o novelas de los otros tres finalistas, Cristina Cerrada, Vera Giaconi y Edmundo Paz Soldán? ¿Nos puedes decir algo de ellos?

 

Leí a Cristina Cerrada cuando compartíamos editorial (Lengua de Trapo); me gustaban bastante. De Edmundo Paz Soldán leí su anterior libro de cuentos en Páginas de Espuma y su novela Norte. Vera Giaconi creo que no está publicada en España.

 

¿El libro Guardar las formas, que presentaste al Ribera del Duero con el título Todos cuantos vagan, es el mismo que el lector puede leer ahora editado por Random House? ¿Has eliminado o añadido algún cuento? ¿Por qué ese cambio de título?

 

El título Todos cuantos vagan procede de un verso de San Juan de la Cruz. Sigue pareciéndome muy bueno, pero era ‒junto con mi novia‒ el único que pensaba así. Guardar las formas también me gusta. De hecho, se me ocurrió antes, pues quería hacer un libro de cuentos muy experimental y lo cambié porque no quería que alguien dijera: bah, es sólo un libro de cuentos muy experimental. Después de perder el premio, quité tres relatos e incluí dos nuevos. También los coloqué en un orden distinto. Lo más difícil de un libro de cuentos es saber o llegar a saber o llegar a creerse que esos cuentos que incluyes y no más, y no otros, y no menos, constituyen de verdad un libro de cuentos. Es casi lo único que he aprendido sobre el género después de escribir Guardar las formas.

 

En una entrevista has declarado que, al sentarte a escribir estos cuentos, en primera instancia te propusiste tratar de ser lo más experimental posible, pero luego te centraste y ya no fuiste tan radical. ¿De verdad trataste de escribir un cuento sólo con la letra «e» al estilo de Perec, o sólo pensaste en hacerlo?

 

Pensé en todo tipo de recursos, pero cuando escribí Los bienes, un cuento muy emocional y técnicamente muy sencillo, que además es el que más ha gustado a casi todos los lectores del libro, rebajé mucho la radicalidad de mis intenciones. Con todo, me mantuve firme en no hacer dos cuentos iguales, que es básicamente lo que encontramos en casi todos los libros de cuentos famosos y celebrados: diez o doce cuentos exactamente iguales.

 

Mi cuento favorito del libro es Guardar silencio, en el que juegas con la extrañeza que puede llegar a causarnos la tecnología. En mi reseña aventuré que me parecía éste un cuento inspirado en el mundo del escritor argentino Sergio Chejfec. ¿Estoy en lo cierto? ¿Hasta qué punto te interesan los cambios tecnológicos como material literario?

 

No había establecido esa relación entre mi relato y la obra de Chejfec, autor al que leo cada día con mayor devoción. Con todo, Chejfec en su maravilloso libro Modo linterna hace más bien relato ensayístico y en mi cuento no hay muchas ideas, sólo acción y algunos pasajes psicológicos. La tecnología como material literario ahora mismo no me interesa en lo más mínimo, pero me interesa la vida que veo a mi alrededor y es difícil ver a alguien sin un móvil en la mano.

 

He tenido la impresión de que más de uno de tus cuentos tendía al tremendismo (en más de un caso, el final de la narración estaba relacionado con una muerte violenta). ¿No crees que es éste un efecto utilizado en exceso en la construcción de cuentos?

 

Creo que sólo mueren dos o tres personajes en el libro, y casi ninguno de forma violenta. Además, como afirmé más arriba, he buscado que los cuentos fueran muy distintos, de modo que veo difícil que haya varios con finales similares; pero, como autor, no sólo puedo estar equivocado, sino que, por el bien de mi libro, me conviene estarlo.

 

¿Cuál es el título y quién es el autor de tu cuento favorito?

 

Elegir uno así a bote pronto es difícil. Parece que uno debe evitar los lugares comunes y ponerse exquisito. Pero, bueno, podemos decir que El balcón, de Felisberto Hernández.

 

El cuento Los sentidos me ha parecido un claro homenaje al mundo de Julio Cortázar. ¿Estoy en lo cierto? ¿Eres más de Borges o de Cortázar?

 

La verdad es que en ese cuento pensaba en algunos textos pizpiretos y muy ingeniosos de Andrés Neuman. Imité un poco ese estilo de frase corta y chispa continuada. Todo el mundo sabe ya que Borges era mucho mejor que Cortázar. A mí me gusta más Cortázar.

 

¿Quiénes son los escritores de cuentos que más te interesan ahora mismo?

 

Fuera de los españoles o de aquellos que escriben en español y son publicados en nuestro país, no recuerdo ningún escritor de cuentos que sea para mí una referencia. Obviamente me gusta Lydia Davis o Mrozek y leo los libros que más elogios reciben (Saunders, Lorrie Moore, etcétera). Durante un tiempo me lo pasaba muy bien con los cuentos cortos de Etgar Keret. Sucede también que hay libros de cuentos fantásticos escritos por autores que no se sabe si volverán al género, pues se prodigan más en el de la novela. Pienso en Amor y obstáculos, de Aleksandar Hemon.

 

Recomiéndanos libros de cuentos de escritores españoles o hispanoamericanos actuales.

 

Técnicas de iluminación, de Eloy Tizón; Pampanitos verdes, de Óscar Esquivias; Estrómboli, de Jon Bilbao.

 

Has declarado que la forma de escribir cuentos de Raymond Carver está ya agotada. ¿Está también agotada la lectura de los cuentos de Carver?

 

No, claro. Una cosa es que imitar a Elvis haya pasado de moda y otra que Elvis haya dejado de ser el rey.

 

¿Es cierto que planeas escribir un ensayo y un libro de poemas? ¿Conoceremos al Alberto Olmos poeta? En caso afirmativo, ¿darás recitales en los bares de Malasaña?

 

Le tengo mucho respeto a la poesía y me obsesiona la idea de no conocer en profundidad la métrica española y ponerme a escribir poemas al buen tuntún, como hacen en esos bares de Malasaña que citas. Lo mínimo que tiene que saber uno que se pone a escribir poemas es la definición del endecasílabo heroico, creo yo.