El desconcierto de Begoña Huertas, una lectura de Javier Divisa

Esa era mi lucha aquella noche, no una lucha contra el cáncer sino una lucha conmigo misma. Quería ser la que había sido cuando no estaba enferma. Eso era todo.

<<En las enfermedades es cuando nos damos cuenta de que no vivimos solos, sino encadenados a un ser de un reino diferente, del que nos separan abismos, que no nos conoce y del que es imposible que nos hagamos entender: nuestro cuerpo>> (Marcel Proust, En busca del tiempo perdido, III)

El sufrimiento, la enfermedad, la verosimilitud de la muerte, siempre han tenido su espacio en la literatura universal, quizá en la manera contemporánea, más inquieta y alarmada por el vencimiento de la tortura y la recuperación del bienestar físico y mental que por dejarse arrastrar hacia la muerte en un estado de letargo y dolor. Begoña Huertas escribe en primera persona de manera inclemente e implacable acerca de la crónica de un cáncer de colon. A pesar de la tendente desmitificación y rebaja de la metáfora bélica, El desconcierto, es un libro de combate y un libro íntimo, donde sentimos a la persona, incluso la tocamos, y recibimos sus aclaraciones (quizá también algunos avisos) físicas, emocionales, dolorosas, incluso químicas acerca del momento más crítico de su vida. Seguro que para Begoña es un libro necesario, inexcusable, y posiblemente para determinado lector pueda ser un libro solidario, fraternal y empático. Vale, yo también me he emocionado con El desconcierto, si bien desde una perspectiva analítica he intentado vencer todo lance empático y de adhesión y solidaridad a la enfermedad y la desorientación del enfermo, a la muerte, aunque no lo he logrado, pues también tendrá la literatura su derecho a emoción y determinadas afecciones extra, no obstante se lee sin vergüenza ajena ni pudores extremos porque es un libro con nítida génesis literaria y la escritora mantiene el tipo y la fracción justa de Sálvame de Luxe de la vida más sufriente de los escritores españoles, una novela que la entiendes, la descifras pero casi no las puedes juzgar. Te estoy contando que es una novela con clase, en un mundo donde un libro que narra la extirpación de un tumor también podría ser categóricamente nefasto.

Tras eliminar todo tejido sospechoso –leí después en el registro de alta- se me sometió a nueve horas de quimioterapia interna a 40 grados. Me cuesta imaginarlo. Abierta en canal de arriba abajo, yo: un recipiente en el que se vierte el contenido químico hirviente y se mueve rítmicamente durante nueve horas, como una salsa. Y luego nos preguntamos quiénes somos.

El valor de la literatura es precisamente ese, que uno no tiene que arrancarse los ojos, ya lo hace Edipo en su lugar.

La morfina me llevaba de viaje en una pequeña lancha motora en la que podía sentir la tibieza del sol y la brisa del mar en la cara.

El desconcierto participa también de la afición postmoderna de eliminar las fronteras de la ficción y se vincula al modo narrativo de mezclar la vida, la tragedia verídica del escritor con el ensayo, y aparece por tanto un relato real debidamente literario, sufriente alegórico, amenazante, reconstruyendo los momentos más críticos de una vida, y de igual manera el relato consigue un postergado viaje a las raíces, al padre, a lo lejano y marchito, con una consideración a veces metódica, a veces anárquica del yo que da pie a una conjunto de introspecciones sobre la familia, la enfermedad, el placer de vivir la vida, los placeres, el valor sensorial y la muerte, y es justo ahí donde encontramos la dimensión de novela intelectual y filosófica; el deleite y la tragedia de la existencia, el paso del tiempo, la enfermedad, la literatura. Por tanto se trata de una historia propia que a su vez es una historia externa manifiestamente alentadora, estimulante en la vivencia de la inmediatez por tratar tan de cara la enfermedad, ¿un ultimátum?, ¿una advertencia?, ¿una maldición?, ¿una partida de ajedrez?

Por tanto la novela va de la enfermedad y la posibilidad de morirse como ya sugiere su categórico título y la sinopsis; una especie de dietario de las macabras coyunturas de la edad adulta, esa cavidad desde la que se ve venir la tragedia, incluso de las posibilidades de triunfo a la fatalidad. Cuando hablamos de la enfermedad, hablamos del cuerpo, de supervivencia o trance, poco más. Y ganó la supervivencia.

 

Fotografía: Ana Blasfuemia (Extraído de su blog Lo que leo lo cuento)