Que concierne, de Julieta Valero

Empeñada en la búsqueda de nuevas formas y retóricas capaces de dar cuenta de nuestro aquí y ahora, Julieta Valero ha escrito con Que concierne (Vaso Roto) su libro más personal y a la vez más político: un recorrido por las muescas de un presente tiránico, abrumador, lleno de contradicciones y puntos ciegos pero también de instantes de gracia, de dones tranquilos que nos reconcilian con el tiempo. La vocación inclusiva de esta obra convive con un respeto escrupuloso a la variedad y riqueza de lo real, su revoltijo de incitaciones, belleza y absurdo. De ahí la coexistencia –el ensamblaje– de lo material y lo abstracto, lo literal y lo simbólico, la imagen refinada y la enunciación más cruda; la lógica poética que construye el poema es la misma que intenta deconstruir el mundo. Se trata, en última instancia, de recordar hasta qué punto, para cambiar el mundo, debemos cambiarnos a nosotros mismos.

Nacida en Madrid (1971), Julieta Valero es autora de los poemarios Altar de los días parados (Bartleby Editores, 2003), Los Heridos Graves (DVD Ediciones, 2005, IV Premio de Poesía Radio Joven de RNE-R3; edición digital: Musa a las 9, 2014), Autoría (DVD Ediciones, 2010, XXII Premio de Poesía Cáceres Patrimonio de la Humanidad y Premio Ausiàs March 2010) y Que concierne (Vaso Roto, 2015). Parte de su obra ha sido traducida y publicada en Estados Unidos, Francia, Italia, Noruega, Marruecos, Brasil, Grecia, Alemania y Eslovaquia. Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Complutense, ha desarrollado su actividad profesional en el mundo de la edición y la gestión cultural. Desde 2008 es coordinadora de la Fundación Centro de Poesía José Hierro.

 

 

Previo al sol

#spanishevolution

Desnudas de cintura para abajo, las jóvenes parejas aguardan en el patio a que el último se decida a salir. Quieren hablar del lugar de la vergüenza, sin duda la inmovilidad. Pero es que tras acotarla, madre, tras tirotear sus paredes, escribir una ópera a su costa, llegaron correos casi niños sobre caballos reventados: en sus manitas, ciertas razones comunales parecían cascabelear.

Qué del movimiento ahora, ese de nuestros saltos a piscinas bajo pérgolas amarillo juventud, amarillo indetectable desgracia: en tus narices doctoradas se produce un saqueo temporal y tú ni te enteras o bebes para tropezar delgadamente a la salida de tugurios en madrugada.

Trémulos de cintura para abajo, funcionarios de la fecundidad, vemos por el canal permanente a todos esos chicos del Sur. Han descubierto que una multitud tiene su centro en cada una de las partes. Colibrí inmune a las técnicas de interrogación.

Con plural de frío, vamos haciendo pan y vamos haciendo crítica: récord de paz sin enmiendas pero demasiados años de lactancia, demasiada oralidad. Hemos santificado la siesta, sí, pero ahora nuestros deseos se adelantan veinte décadas a la moral de quienes venían a arroparnos.

Sácate la escaramuza de la boca y piensa en formas del sonido que trasciendan la representación. Más arriba, digamos que en los fiordos del Mediterráneo, miles de hombres se afeitan sin apenas luz y añoran el mar. Andan demostrándose, demostrándonos, fabriles de sí.

La ministra de Trabajo llora al anunciar las nuevas medidas; en otro costado de la fontana barroca, el rostro del presidente se pone extrajudicial y legendario «Sí, lo hemos ejecutado; quien piense que no lo merecía es que tiene un problema mental».

En red las instrucciones; también la posibilidad de errar. Unas monedas por tu espalda. Un FIN.

 

 

 

Cielo

Había acebo en el bosque, cera perfecta, vulnerable
así las nalgas de los niños, le fe en la justicia.

Pero por dentro la ciudad está cauterizada de bóveda azul:
madres mercantes, jardines que lubrican el paso entre edades, sucesión
de rectas fabricadas en serie: hora punta de la risa.

Entre el cielo protector y el paro queda el suburbio
de la aprobación: unos cien metros descampados que impiden
todo intercambio personal y no caerán siquiera en 1989.

 

 

Avión

Tú en mi vientre tubular a once mil pies de altura.
No entras en pánico por la misma razón en que apenas piensas la muerte.

La inminencia viene en vasos de plástico y es rozar
con el meñique al hombre que va a tu lado.
«Vuelvo a ser feliz contigo», le dices
y te mira –aula en agosto: melancolía de nalgas,
gratitud sin fin–, a imagen de un dios de los antiguos griegos,
muerto de miedo, corrupto, vital.

Casi todas mis plazas compradas por los asistentes al simposio
sobre humildad: rejillas oxidadas, víctimas del éxito y la lejía,
toallitas con aroma a día después. Astrónomos, lobos, hojas de lechuga.