La bárbara Europa de Montserrat Galcerán, una lectura de Santi Fernández Patón

La bárbara Europa: una mirada al postcolonialismo y la descolonialidad, de Montserrat Galcerán (Ed. Traficantes de Sueños)

 

Podríamos definir el «eurocentrismo» como la mirada que pone a Occidente como medida de cualquier proceso histórico, cultural, epistemológico, etc.  Semejante prejuicio ha generado un enfoque tan reduccionista como hegemónico, fácilmente asentado por mor de un potencial económico imposible de combatir por los países del Sur Global.

Desde hace décadas, sin embargo, los estudios descoloniales y postcoloniales están protagonizando un giro copernicano que poco a poco se extiende desde la academia hasta los demás estratos de la cultura, entendida en sentido amplio. Sus antecesores claros lo constituyen los ensayos ya clásicos de Frantz Fannon, CLR James, Aimé Césaire, Eric Williams, entre tantos otros,  que encuentran su continuidad en el ya canónico Orientalismo de Edward Said para entroncar después con figuras ahora reconocidas a nivel municipal, desde Spivak a Chakrabarty, pasando por Aníbal Quijano o Enrique Dussel.

Sin lugar a dudas la editorial Traficantes de Sueños es en nuestro país una de las editoriales que más ha contribuido a la difusión de esta corriente. Baste recordad su antología fundamental Estudios postcoloniales, por ejemplo. Ahora habría que sumarle este precioso y documentado ensayo de Montserrat Galcerán, catedrática emérita de Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y actualmente concejala de Ahora Madrid, además de voz reconocida en el feminismo y bien conocida en algunas ámbitos por su larga trayectoria como activista social.

La bárbara Europa: una mirada al postcolonialismo y la descolonialidad es un libro perfecto para toda persona que quiera acercarse a este tipo de estudios y obtener una visión de conjunto, parcelada en capítulos que abordan los distintos espacios en los que el eurocentrismo extiende sus tentáculos: la academia, el concepto de «tiempo histórico», el marxismo, el comunismo, la raza, el género o las construcciones de la subjetividades, más allá de la de los propios subalternos.

Galcerán realiza así un recorrido, minucioso y preciso, a la par que bien estructurado, de manera que casi podemos considerar La bárbara Europa como una pequeña enciclopedia, un recopilatorio que consultar frecuentemente. Comprenderemos cómo el feminismo europeo ha promovido un concepto de mujer, por ejemplo, que no comparten las feministas de otras partes del globo, cómo el gran invento del racismo no es «el negro», sino precisamente el «blanco» al que contraponer todo lo demás, cómo incluso algunas lícitas luchas políticas de liberación pierden su sentido si se intentan traducir a otras latitudes, o cómo el concepto de poder en Foucault, tan útil y afinado en nuestras sociedades, ha obviado los modos, igualmente sutiles, que generó la conciencia colonialista. Aprenderemos que hasta en cierto punto es prepotente preguntarnos cómo fue posible el nazismo en una sociedad «avanzada» como al alemana, cuando la pregunta pertinente es, como cita Galcerán, qué ocurrió para que las prácticas habituales en las colonias se trasladaran a la propia metrópolis, o cómo en la actualidad, al tiempo que se magnifican los atentados en Europa, se silencian las atrocidades de nuestros ejércitos en territorio extranjero.

Mención aparte merece esa construcción de los otros como seres acomodaticios, cuando sin ir más lejos el increíble historial de revueltas de los esclavos negros en América demuestra, en todo caso, justo lo contrario (muy a cuento por tanto viene la cita de CLR James: «El único sitio donde los negros no han protagonizado revuelta alguna es en las páginas de los historiadores capitalistas»).

Europa, en definitiva, y sin caer en un relativismo naif, no es la medida de todas las cosas, pero Galcerán, campo a campo, muestra hasta qué punto insospechado actuamos como si en efecto lo fuera.

No obstante, La bárbara Europa no es un libro divulgativo que ofrece un simple repaso por los entresijos y diversas corrientes dentro del postcolonialismo y el descolonialismo. Como erudita e integrante de tantos movimientos de transformación social, Galcerán dialoga y discute de tú a tú con los textos y autores y autoras que aborda. Sus aportaciones, en consecuencia, hacen de este libro un apasionante viaje a través de un paisaje que, a su vez, contribuye a definir. Dicho sea de paso, lo hace con una pluma mucho menos obtusa que la que caracteriza a buena parte de los estudios del postcolonialismo, en ocasiones demasiado ensimismados en sí mismo en una suerte de metaliteratura que busca hablar más de su razón de ser que registrar hechos concretos que la expliquen.

Así, no debería terminar esta reseña sin algunas de las certeras y bellas palabras del epílogo: «Al racismo profundo de la superioridad europea le resulta muy difícil digerir que los antiguos subalternos sean hoy sus iguales, que tengan sus mismos derechos, que puedan obtener beneficios sociales, que puedan incluso ostentar posiciones de mando y de autoridad democrática y hacerse obedecer por los superiores de antaño. El populismo conservador y neofascista se nutre de esos emblemas. Su eslogan de “primero los autóctonos” olvida que en nuestros territorios ya no hay autóctonos: todos somos hijos e hijas de una historia de varios siglos de expansión colonial».

 

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