Te miro para que te quedes, de Andrés Barba

Hoy en Eñe, tenemos el placer de ofrecerte un fragmento de Te miro para que te quedes de Andrés Barba (Papeles Mínimos, 2016), un homenaje al pintor y escultor Pablo Angulo. Puedes leer aquí la reseña que Sergio del Molino le dedicó hace dos semanas.

¡Esperamos que lo disfrutes!

 

Sobre la obra

Te miro para que te quedes (Retrato de Pablo Angulo) es un libro sobre la amistad entre el escritor Andrés Barba y el pintor Pablo Angulo, sobre sus encuentros y desencuentros, sus proyectos realizados y fallidos, sus cuadros y sus libros…pero sobre todo es un libro sobre la amistad a secas, un retrato intenso, emocionado y al mismo tiempo nada complaciente de lo que nos sucede cuando perdemos a un compañero imprescindible.

 

Sobre el autor

Andrés Barba (1975). Narrador, poeta, ensayista y traductor. Ha publicado entre otras novelas La hermana de Katia (Anagrama, 2001), Ahora tocad música de baile (Anagrama, 2004), Agosto, octubre (Anagrama, 2010) y En presencia de un payaso (Anagrama, 2014), el poemario Crónica natural (Visor, 2015) y el libro de ensayos La risa caníbal (Alpha Decay, 2016)

 

Sobre el ilustrador y homenajeado

Pablo Angulo (1972 – 2015). Pintor, dibujante y escultor. Realizó más de diez exposiciones individuales en galerías como Rafael García, Margarita Summers, Nadir, Travesía cuatro y Espacio Valverde. Fue coautor junto a Andrés Barba de El libro de las caídas (Sexto Piso, 2010) y Lista de desaparecidos (Siberia, 2012).

 

 

TE MIRO PARA QUE TE QUEDES (FRAGMENTO)

Es un dibujo.
Un dibujo pequeño, en un papel de apenas siete centímetros.
Un hombre se acerca a otro por la espalda y le apoya la mano en el hombro.
Pablo Angulo ha dibujado la nariz con una raya, los párpados con unos picos, el pelo con dos borrones, la curva temblorosa de los hombros en dos trazos, la boca con un rombo tumbado. Pienso que ahora que Pablo está muerto este dibujo pesa más que él y que ese pensamiento habría hecho sonreír a Pablo cuando estaba vivo. La amistad es un hallazgo pero también una tenacidad, lo mismo que el talento para dibujar es simultáneamente un don y una destreza.
No es ni de lejos su mejor dibujo. Ni siquiera está hecho sobre un buen papel y con tinta china, como hacía los dibujos que quería vender o exponer. Está hecho sobre una hoja de recados y con un lápiz cualquiera. Cuanto más lo miro, más probable me parece que lo hiciera pensando en otra cosa, escuchando música, puede que incluso charlando con alguien, tal y como tantas veces le vi dibujar sin dejar de charlar conmigo. De pronto atendía menos a la conversación, se inclinaba sobre el papel y un segundo después ya había terminado. Voilà… el dibujo. En el interior de esa cápsula del tiempo vive el dibujo en su hoja pequeña, hasta ahora inútil y a partir de ahora memorable
—Porque es obra única.
De todos los cuadernos que me traje a casa desde su estudio, repletos algunos de dibujos maravillosos, de pronto me he quedado atrapado en este. No sé por qué. O sí sé por qué. Miro de nuevo a esos dos hombres. Uno se lleva las manos al pecho y el otro le posa la mano en el hombro. Uno sufre, el otro le consuela. Un hombre consuela a su amigo. Y de pronto pienso que el hombre soy yo. Y que el amigo es Pablo.