Daisy, de Rodrigo García

En un hipotético diccionario de la literatura actual en español, el nombre de Rodrigo García se ofrecería como sinónimo de audacia, de provocación y de lucidez. Todo al mismo tiempo, sí: disculpen el tópico, pero Rodrigo García confirma obra tras obra que existe una forma más oscura, y a la vez más luminosa, de acercarse a la realidad.

Seis años después de la publicación de Cenizas escogidas, el volumen que recogía sus textos para la escena entre 1986 y 2009, La uÑa RoTa publica Barullo, el nuevo libro de Rodrigo García. Este «libro dodecafónico» reúne las últimas obras que, en palabras de su autor, «vivieron y ardieron en el teatro» entre 2009 y 2015: Muerte y reencarnación en un cowboy, Gólgota Picnic y Daisy, que se verá en los Teatros del Canal de Madrid entre el 29 y el 31 de mayo, y de la que te ofrecemos un preestreno.

Además, Rodrigo García ha incluido en Barullo un explosivo cóctel de textos, tramados en diferentes épocas y hasta ahora dispersos, con los que pone en movimiento ciertas vivencias, pensamientos e interrogaciones.

Rodrigo García nació en Buenos Aires en 1964, donde pasó su infancia y adolescencia en el suburbio Yparraguirre de Grand Bourg; desde 1986 reside en España. Tres años más tarde fundó la compañía La Carnicería Teatro, donde aboga por la experimentación y se aleja del teatro convencional. Ha producido sus obras en el Teatro Pradillo de Madrid, el Teatro Nacional de Bretaña, el Festival de Aviñón, la Bienal de Venecia, el Théâtre de la Ville o el Festival de Otoño de París. Sus creaciones se han presentado en África, Latinoamérica, Europa, Norteamérica y Asia, y sus textos han sido traducidos al inglés, francés, alemán, italiano, finlandés, danés y polaco.

 

 

Las cucarachas colaboran en las tareas domésticas. A su media naranja el cuerpo le parecía una mierda. El esquí acuático como humillación en público. El hombre cactus va a la playa

En alguna parte del mundo, quién sabe dónde, había alguien domesticando un perro. Y en alguna otra parte del mundo, quién sabe dónde, había alguien domesticando un gato. Y en otra parte del mundo, quién sabe dónde, había otro adiestrando a un chimpancé. Y en otra parte del mundo, por ahí bien lejos a tomar por culo, había otro domando un caballo. Y en otra parte del mundo, sabe Dios dónde, había alguno enseñando palabras sueltas a un papagayo. Y en algún rincón del planeta, a saber cuál, había alguien encantando a una serpiente. Y muy a tomar por culo, en una aldea de Japón, había dos padres educando a su hijo y en otro rincón del globo, en Las Vegas, había uno enseñando a leer a un Pavo Real, sin obtener resultados

Mientras tanto, yo me dedicaba a adiestrar un nada desdeñable ejército de cucarachas

Había fracasado con mujeres, había fracasado con niños, pero con las cucarachas se me daba bien

No solo no se me escapaban a los lugares roñosos y mágicos que les correspondían por ser cucarachas: las cañerías del retrete, las autopistas invisibles que hay debajo del papel de la pared

Sino que se quedaban todas durmiendo a mi lado alrededor de la cama y tenían funciones asignadas como si fuesen las abejas de una colmena

Conseguí, luego de un año y pico dale que te pego, establecer un orden jerárquico en el enjambre de cucarachas, hice una colmena con aquellas cucarachas, una metamorfosis de cucaracha en abeja que si la viese Maeterlinck se quedaría acojonado: mis cucarachas sabían llegar a la nevera, abrirla y traerme un botellín de Heineken

Sabían dónde estaban las zapatillas de andar por casa y se las ingeniaban para tenerlas preparadas junto a la puerta a las siete de la tarde, cuando regresaba de trabajar

 

Un subgrupo de cucarachas aprendieron a hacer huevos fritos y ensalada y aprendieron a no pasarse con la sal

Platos muy elaborados no sabían hacer, pero huevos fritos y ensalada sí que hacían

Y mientras tanto, en otra parte del globo, sabe Dios dónde, tal vez en la Patagonia, un gaucho enseñaba a una vicuña a dar sus primeros pasos de claqué

Y yo preparaba a las cucarachas para ocuparse de las labores domésticas, que así me quedaba todo el tiempo del mundo para pensar

Pensar sobre mirar y no percibir, pensar sobre tocar y no sentir, pensar y darle vueltas a las cosas y no avanzar Pensar en la insinuación como la palabra perfecta para designar la cobardía, insinuar es prepararse para dar el salto que nunca vas a dar

Y casi mejor, porque si hacía algo, lo que fuese, llegaría un momento en que lo concluiría y al concluirlo ya no me quedaría nada por hacer y tendría que empezar otra vez desde cero

Y me remonté como pude hasta otro tiempo, la época del interés, la especialización y la pasión

Yo me había primero interesado, luego especializado, al rato y sin darme cuenta apasionado y en menos de lo que podía imaginarme obsesionado por el «El Cuerpo»

Eso que los médicos cirujanos y los bailarines de clásico y contemporáneo y los cachas de gimnasio que solo comen pienso llaman «El Cuerpo» con mayúsculas, como si El Cuerpo fuese una deidad pagana que trasciende a su propietario o mejor vamos a llamarle inquilino, teniendo en cuenta que el propietario final del cuerpo es el gusano o la ráfaga de aire

Y mientras yo enaltecía El Cuerpo como algo sagrado y emparentado con Apolo, son Shiva, con Viracocha, con Osiris, con Quetzalcóatl, con Minerva, con Anubis y con Wong Tai Sin, la gilipollas de mi mujer me decía que el objeto de mi pasión y de mi estudio no era más que un «receptáculo palpitante mórbido triturador y transformador de comida en excremento»

De manera que todo lo místico, lo divino, lo indescifrable que tenía para mí un cuerpo, para ella no pasaba de ser un simple mecanismo y contenedor hecho para engullir y expulsar, irse a dormir y roncar y tirarse pedos

Decía que un cuerpo lo dejaba todo sucio, la muy hija de puta

Las cucarachas ahora iban de aquí para allá y yo con tantas ganas de contarle algo a alguien, coger el teléfono, salir y contarle algo a alguien

Y siempre lo mismo: no le podía contar nada a nadie porque para contar hay que tirar de los recuerdos y a mí no me apetecía nada recordar

Tampoco podría contar mis sueños a nadie porque no me apetecía recordarlos

Nunca me gustó el recuerdo

Mejor dejar que la imagen de uno la sigan construyendo los demás, con los comentarios, con las suposiciones

Al final, somos el resultado de las interminables notas a pie de página que acerca de nosotros escribe cualquiera

Uno es la suma de todo lo dicho a sus espaldas, siempre negativo y siempre feo de cojones

Al final uno es un ser hecho de millones de comentarios feos de cojones que hacen los del barrio, más los comentarios feos de cojones que hacen los amigos, s mados a los comentarios feos de dos pares de cojones que hacen los familiares y los «allegados»

Allegados, una palabra que nunca entendí, parecen como los cuervos en aquellos trigales mal pintados los allegados

Y cómo fastidia perdernos los buenos comentarios acerca de nuestra persona, que llegan siempre después de muerto, con el cadáver ahí en el tanatorio, con el cadáver camino a la incineración

Ahí aparecen por descuido los comentarios bonitos, luminosos, todo amor, sí: justo cuando ya no llegan a tus oídos

Bellas palabras que no sirven para nada, siempre igual, las cosas bellas se las dicen al cadáver, las acusaciones y los reproches te los hacen saber en vida

Las cucarachas iban a por patatas fritas y aceitunas y yo pensaba en que tenía que encontrar el cuaderno y lo encontré

Era un cuaderno con un coche de Fórmula 1 en la tapa, el Lotus 72 de Ronnie Peterson, y empezaba con una frase que yo había escrito con nueve años

Ponía: 24 de enero del 73: hasta la fecha no me gustó vivir

Y luego seguía:

24 de enero del 80: hasta la fecha no me gustó vivir

24 de enero del 84: hasta la fecha no me gustó vivir

24 de enero del 91: hasta la fecha no me gustó vivir

24 de enero del 93: hasta la fecha no me gustó vivir

24 de enero del 99: hasta la fecha no me gustó vivir

24 de enero de 2004: hasta la fecha no me gustó vivir

24 de enero de 2006: hasta la fecha no me gustó vivir

24 de enero de 2007: hasta la fecha no me gustó vivir

24 de enero de 2011: hasta la fecha no me gustó vivir

24 de enero de 2013: hasta la fecha no me gustó vivir

 

Frases escritas con buena letra, con letra que transmitía sosiego y serenidad, cada frase parecía dibujada sobre un renglón imaginario, ya que el cuaderno era liso

Cuando la gilipollas de mi mujer –que por aquella época aún era mi novia y yo la amaba–, aquella noche, encontró aquel cuaderno infantil y lo leyó, me propuso ir a tomar una copa por ahí y tardó cinco gin-tonics en confesar: «Leí el cuaderno y no alcanzo a comprender por qué andas pensando en suicidarte»

A lo que respondí: ¿Qué tendrá que ver el tocino con la velocidad?

Pero guardaba para mí la respuesta correcta, la verdadera, la respuesta que no estaba dispuesto a compartir con ella ni con nadie: el suicidio es la afirmación y cons- tatación de estar vivo por antonomasia

Luego qué cojones me voy a suicidar, si con la vida yo no quería tener ni un contacto profundo ni tan siquiera un mínimo roce, ni experimentar las vibraciones cegadoras y las taquicardias provincianas que te da la vida

Vivir yo lo sentía en la boca como una ostra podrida que había que escupir de inmediato encima de la mesa, pongan la cara que pongan los demás comensales

Tampoco es que fuera tan complicado disimular el desacuerdo total con la vida, bastaba con mirar alrededor, mirar a los colegas e imitarles, pero no me salía y sigue sin salirme

No me sale comprar un coche a plazos, no me sale regar las plantas, no me sale acordarme de un cumpleaños, no me sale hacerle hijos a nadie, no me sale mandar una postal, no me sale lavar los platos para evitar una discusión estúpida, no me sale esconder que voy de putas, no me sale ir a visitar a mi madre el día de la madre

Ese tipo de cosas que para tantos representa el sentido de su existencia y que yo interpreto a mi manera como el toque de difuntos de los campanarios, la criogenización, la muerte en vida, palas de tierra sobre el muerto que respira

Para maquillar el asunto y no parecer un aguafiestas, para que no dijesen de mi: ahí llega el puto aguafiestas, antes de convertirme en cactus, opté por el esquí acuático

Toda mi vida consideré los deportes como una humillación en público, de ahí que eligiese el esquí acuático, que no es ni deporte ni es nada, que no llega ni a la categoría de entretenimiento

Dije: si voy a practicar un deporte, que, como todo deporte no es otra cosa que una humillación en público, si voy a humillarme, que sea practicando el esquí acuático

Porque ir a remolque de una lancha que no para de tirarte agua encima y que te hace tragar el humo pesti- lente del motor que quema gasolina y aceite, peor que eso, yo no he visto nada

Y para colmo atado como un burro a una cuerda, sin libertad para hacer lo que sientes

Si quieres humillarte en público, yo digo que el esquí acuático es perfecto

No tienes libertad para ir donde te da la gana, eres testigo mudo de la libertad del aire, de la libertad del mar o del lago, eres testigo de la libertad de los pájaros

Y tú vas atado a una cuerda detrás de una lancha con los oídos pitándote, una lancha que mete una bulla infernal

No hace falta fumarte un canuto de maría para ver cómo gaviotas, truchas, delfines y salmonetes se parten el culo a tu costa

Y después de media hora de esquí acuático, al chiringuito. A quitarse el neopreno, a pedir una cerveza, a pedir unos frutos secos, a pedir otra cerveza, a estar entre los tuyos, a hacer el tonto y callar la boca